17.4.08

Un día de esos que no esperaba, Luisalberto se sentó a pensar. Había humo en la ciudad, en las dos ciudades, en todas las ciudades del mundo. Y se sentó a pensar.
En una calle empedrada y en una avenida de veredas muy anchas, al mismo tiempo. En un salón todo blanco y en un cuarto con Picasso, al mismo tiempo. En un bondi de tres cifras y en un monociclo, al mismo tiempo.
Alerta roja, parecía. Todo estaba quieto. Los tipos de plaza se destaparon un poco la cabeza y pispearon por un agujero en las mantas a cuadros. También los que a la hora del almuerzo juegan truco en la mesita diminuta, unos más viejos, otros más jóvenes, unos de traje, otros de pobres nomás. Todos quietos mirándolo pasar. ¡Qué estampa!
No es cosa de todos los días ver pasar alguien así, que no termine hecho rollito en un semáforo solo porque se conoce la calle como si fuera alguna raya en la palma de su mano. Por prestar atención no va a ser.
Esta vez no le tapa los oídos la música. Más bien, si le preguntaran a la gorda del quisco que sabe todo, diría que está abrumado. Con muchas cosas para tratar consigo mismo. Él es de otro planeta, y la gente de otro planeta piensa así, también para afuera. Están todos expectantes. Saben que es de carne y hueso, aunque parezca un ser celestial (es que es tan lindo...). Pero no. A él no le gustan mucho los dioses y las divinidades. Para él, es una cuestión de vereda y humo, de mostrador y pasto. Algo así. Por eso a todos saben, ya se enteraron, que Luisalberto anda caminando por la city, pensando un rato dónde quedaron sus pies aquel día que saltó y acomodando fichitas para volver a armarse el alma hecha un puzzle.

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