12.10.07

Una bailarina de hielo da vueltas con las manos en las caderas y se ve difusa. El roce suena circular, se desprenden pequeñas lascas del suelo helado. La cabeza redonda casi perfectamente y su nariz que tarda medio segundo en volver al punto de partida.
Todas las canciones, ahora, bailan a su ritmo, todo sonido tiene su coreografía programada y la veo volar, prácticamente, cuando levanta una pierna y alza los brazos, sin más esfuerzo y sin más respuesta que una leve sonrisa de satisfacción que imprime en el rostro y el viento le va despeinando de a poco.
Cuando se acaba el sonido de la canción y ella saluda y se va a dormir, vacíos intermitentes se comen de a poco los agujeros negros de la mente. Como aquel líquido para la pared húmeda. Un hongo por otro hongo. La pureza de una mente lúcida y su par de manos ágiles; la oscuridad de las mentes turbulentas, con su par de pies congelados (en el hielo de la bailarina, quizás, por no saber deslizarse mejor imaginariamente) y sus manos ya moradas de no acariciar ideales.
La luz devora las sobras, vamos a creer que es así. Que las manchas de humedad caen al fin en manos de algo más blanco que lava sus texturas y las vuelve agua sucia que corre por las cañerías, y se filtra a la tierra, y termina siendo, como lo fue esta mañana, un charco sucio al frente de la casa.Y así, triunfante, en un rato de aburrimiento la pared libre y blanca se filtra en estos ojos y se vuelve una pista helada donde bailan figuras de medias beige mientras suena la canción de los locos lindos, o los cuerdos feos, o los feos lindos con sus caras de estar a punto de decirme algo.

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