10.4.08

Cortando con los lamentos que requieren los pañuelitos gastados en diciembre. Usted, usted y yo, personas con miedo. Qué se le va hacer. Ahora, no quiero que pase más. Estancaría el tiempo. Ni la alarma, ni saber que la tecla de la izquierda la hará dejar de sonar, ni gemir un poquito en penumbras para que, dos segundos después, se despliegue el diagrama de flujo del día.
El día de.

A veces creería. En Dios, en quien sabe qué. No sé. Pero dejaría de saberme yo quien hará lo que sea de mí. Eso. Porque me cuesta tirar de la carreta tanto tiempo, en subida, en bajada, en planicies eternas (ah, ya hablaremos de no caer ni subir, ese estado lamentable de silencio). Quiero un dedo señalando. Y, a la vez, no quiero. Porque quiero poder. Quiero lograr que un pazo detrás del otro me devuelvan carreras de alegrías, corriendo sin respiración.

Hay siete horas entre el letargo éste de que no nos entra nada más en la cabeza, consecuencia de haber avanzado tanto más en la historia, y ese otro momento de ponernos a prueba. Yo, ahora, quiero estar empezando aún. Que nadie haya marcado las pautas para absolutamente nada. En ese momento, no sabría qué hacer con tanta hoja en blanco. Creo que me pondría a recordar vidas pasadas, cuando el terciopelo, cuando la locura, cuando la dulzura, cuando nada más.

Pero cantan otras voces ahora. Es necesario que hagamos cosas. Que seamos y que podamos con la carreta. Tengo los métodos encerrados entre tapas de cartón. Tengo el coraje embotellado adentro de la heladera. Tengo la disposición y la certeza, pero me falta la nave voladora, motorcito mío que no se bien dónde. ¿Dónde?
Cortando con los lamentos que requieren los pañuelitos gastados en diciembre. Por favor.

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