11.3.09

Otro ciclo empieza. Con el pianito, y ese violín, ese violín tan incalculablemente valorado por expertos letrados en el tema. Como una leyenda de una feria de cachivaches y capitales, ciudades durmiendo la siesta a a la orilla de un río casi mar.
Cuando pienso en cómo han cambiado las cosas, me parece que nada fue tan brusco. Que la bola de nieve se deslizó silenciosa, añadiendo centímetros a su diámetro, y que si alguna vez me sorprendí es porque estuve algún rato distraída. En realidad, la evidencia del cambio aproximándose estuvo un momento antes de que sucediera. Y todo se precipitó, y pareció que era imposible saberlo de antemano, pero en realidad resulta obvio y necesario.
Otra vez, una vez más creyendo que no era imaginable, comienza un nuevo ciclo. Ciclo de pensar qué será de vos. Qué cosas harás lejos de mí. Qué nuevas memorias alimentarán tus recuerdos. Cuántas personas te van a esperar detrás de un árbol, nerviosas, mientras confieses tu amor.
La pregunta más grande, la que amenaza más que cualquier otra con atacar cualquiera de estos días, tiene una sola palabra.

Me recuesto contra el asiento y miro la ventana. En breve voy a pasar por tu casa. No la veo desde la ventanilla, pero miro directo por tu calle y sé que más allá te encontraría si lo intentara. Me pregunto si cuando vos también pases pensarás que va a pasar mucho tiempo hasta que vuelvas a hacerlo. En realidad es una pregunta obvia. Seguro que vas a pensar eso. Y vas a pensar tantas otras.
Tengo la cara contra la ventanilla. Está lloviendo, las gotas deforman mi imagen. Tantas veces, tantas cosas.
Adelante, la ruta sigue segura de llevarme hasta mi casa.
La pregunta, la pregunta de una sola palabra. Ojalá respondas que sí.

Ojalá te vuelva a ver.

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