1.5.09

Amos canta, ahora contento. Antes, le preocupaban los colores. Mientras un cincuentón de ojos celestes miraba ceñudo por la ventana desde la que chorreaba una cortina infinita de agua. Los paralelismos psicocósmicos deben ser de las peores manipulaciones existentes. Hasta lloré.
Pero la música es bastante más. A tal punto, de tal manera, que sube y baja sustancias químicas que cerebralmente afectan terriblemente. Subir, bajar, querer quedarse interminablemente en ese único lugar posible.
Tengo que salir a la calle. Tengo que enfrentar la obligación de ser cordial. Tengo que tomar iniciativas y decisiones. Comprar un regalo, atarme los cordones, bañarme, pagar dos boletos, encender la música en el bolsillo.
Parece que todo está lejano. Soy la perfecta definición de una circunferencia. Soy el punto del cual todos los demás son equidistantes.

Amos, silencioso. Se pregunta qué voy a hacer. Quiere saber si podré dejarlo. Si voy a tardar un segundo menos con el tema de los cordones. Ahora le digo, para que se de cuenta: No puedo enfrentar nada, ni el más mínimo evento, que no me sea totalmente, asquerosamente, cobardemente, conocido.

Volvé a cantar. Sigamos acumulando vasos de agua y cáscaras de mandarina.

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