Cortá el hilo de plata, me dice. Me mira a los ojos, tenue pero fijamente. Con esa calidez como para derretir todo el hielo del alma. Dejame morir, me pide. Llora y sangra. Sangra por los ojos, llora por los poros. Y así no está bien, así no lloramos acá. Entonces, ¿para qué?
Y cuando me convenzo de que tiene razón, de que mejor morir antes que ser lombriz, un vientito cálido me trae un perfume. En la penumbra, debajo de las sábanas, acariciando el cuerpo que no está, el perfume sobrevive. Me recuerda tardes que nunca estuvieron, puestas de sol en el eco del tiempo, una callecita que se calló el secreto de sus besos suaves.
Uno las partes del puzzle, y aunque faltan sigo intentando. Me quemo los párpados soñando con mañana, con que me lleguen las piezas. A la lombriz la hago a un lado, me niego a retorcerme así, me sumerjo en las profundidades del perfume. Y en el abrazo breve, y en la mano invisible que roza la cadera, me permito dormir un rato. Nada sería peor que vivir despiertos.
2 comentarios:
Patriarcado minimalista en la botella deliciosa que deja envuelta tu traviesa cámara lenta. ¡Sigue, olorosa máquina de ositos de cemento!
Belleza! Bella bella mujer de este planeta (u otro.... no se, siempre lo sospeche, jua!)
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