22.7.12

Las necesidades.
Mastico ahora el bolo alimenticio. Trago. Trago. Agua.
Las sé. Las conozco. En el intento y en el encuentro, puedo enumerar cada cascada de miel que mi lengua siente correr garganta abajo, pero que no corre. En realidad, yo estaba sentada en el ómnibus, rumbo al este, y el recuerdo del recuerdo de la miel me inyectaba morfina en en el cerebro.

No, gato negro (hermoso gato negro). No te necesito. Discernir sé y por discernir losé. No hay nada en mí que te necesite sinceramente. Lo que pasa es que la necesidad sincera es rara, compleja, y en estos tiempos no abunda. Abunda el ego puro, la satisfacción glotona, la ilusión, el holograma de la vida ideal que no es. Abunda el gusto de tu saliva después de pseudodormir, el olor a jabón de tus alas. Pero no.

Hay un punto en que el alma ruge desde adentro de este tanque de carne y hueso. Ruge, verdadera e impostergable, anunciando que todo este circo no es de ella. No son de ella los mensajes, los pensamientos interminables, las almohadas simulando espaldas, no. Por eso, gato negro, no sos de ella. Por eso, gato negro, lo tuyo es glucosa para el organismo. Nada más. El ser sabe que no.

Cuelga viva la herida sangrante de mi frente contra tu antebrazo. Cuelga viva la certeza incandescente de que miré hacia la pared a mi izquierda (del mismo lado del reloj) y mi alma supo mucho antes que yo que era hora de irse.
Yo aún no lo sé. Te lo digo, te lo estoy diciendo, pero aún no me di cuenta. Por eso repito los pasos y anuncio que llegué. Pero es hora de irse, gato negro. Tu glucosa me inunda la sangre, espesa y fría, y empiezo a sentir diabetes.

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