28.3.07

Estaba en un rincón, mirándose en un espejo que la refleja a medias, dada la mugre. Estaba como si no hubiera invertido un solo segundo en preocuparse por su comodidad. Por eso yacía tirada contra la pared, las manos descansando inertes sobre el polvoriento piso, la cabeza en un ángulo incómodo, las piernas levemente separadas y los pies un poco hacia adentro.
La cara, sin embargo, estaba pintada cuidadosamente. Las mijillas encendidas en un rojo radiante, los labios pintados de carmesí, los ojos cuidadosamente delineados. Y, por dejabo, una fina capa de maquillaje blanco, como para que ningún trocito de piel quede sin cubrir.
Se pintó años atrás, cuando empezó a levantar los pilares de la vida que quisiera tener y, a base de mentiras, se la fue haciendo creer a los demás. Primero, todos creyeron que ojos tan increibles debieron ser suyos desde que nació. Después, mejillas sonrosadas le pertenecían. Y así, hasta que a nadie le quedaron dudas de que llevaba tan lindo rostro encima de los hombros desde el mismísimo día en que Dios la depositó en este planeta.
El problema fue cuando dejó de reconocerse sin maquillaje. Una tarde de aburrimiento se descubrió pensándose a sí misma con esa clase de vida que se había inventado para los demás. Y se alarmó. Descubrió que las mentiras le habían invadido hasta los ratos en que estaba sola. Hata ella creia palpar todas las escenas en que imaginariamente se dibujaba. Tenía amores en quienes pensar, experiencias de vida por doquier, miles de cosas que contar. Y, sin embargo, no podía decirse que maquillaje fuera igual a cara. Por eso, cuando lo descubría y sin embargo se negaba a asumirlo, notaba hasta qué punto no había podido parar de agregar capítulos a su novela escrita día tras día.
Esa tarde la pasó mal. No salió de su casa, mintió un poco más para poder quedarse y no ir a donde iba cada día.
Y así se hizo la noche, que la encontró en esa habitación, vestida como siempre, maquillada como siempre, portando con ella la carga de su verdadera vida y de la otra, el holograma para el mundo exterior.
Ambas pesaban tanto y eran tan antagónicas que terminaron por derrumbarla y dejarla ahí, en ese rincón, donde sin temor a terminar aplastada, se quedó a esperar que se diera una batalla entre ambas realidades y una ganara. Así, pensó, pasaría a tener al fin una sola vida.
Pero nada de eso sucedió. La realidad, sabía, era una sola para ella. Sus demás construcciones debían derrumbarse algún día, cuando los viejos cimientos no aguantaran más y una nube de polvo se esparciera por aire mientras los pedazos de pared caían al suelo.
Estaba así, soportando pesos.
Como pudo, manchándose más y más el viejo vestido blanco, se acercó al espejo. Observándose detenidamente estudió sus facciones. Ya no recordaba quien era realmente bajo la capa de maquillaje.
Con un dedo tembloroso apartó un poco en una mejilla y se descubrió la piel. Las lágrimas fueron cayendo, borrando más partes de su máscara de polvo blanco. Hasta que se quedó sin nada.
Se vio a sí misma reflejada en el espejo sucio, tal como se había visto la última vez que se vio a sí misma. Se tocó las mejillas, sintió cómo se sentía su piel al tacto.
Supo que había tirado al suelo la carga de su realidad inventada. Ahora era ella y solo ella, con las pocas cosas que siempre había tenido. Se dio lástima y lloró un largo rato, sabiendo que debería desmentir su vida o no salir nunca más. Y entre la tristeza que le causaba su propia imagen deplorable nació un amor propio jamás conocido: era la primera vez que se causaba sentimientos a sí misma. Ahora sabía que su verdadero maquillaje era interior, y que de las propias miserias debería hacer un nuevo traje, nuevos vestidos, y salir a la calle a pintar un nuevo carnaval.

2 comentarios:

Jeza dijo...

A veces me dan tantas ganas de gritarle a ciertas mujeres que se liberen del maquillaje. Sin darse cuenta ocultan su verdadera belleza, su autenticidad. Y se deforman.
Parece joda, pero yo tuve una etapa en la que innecesariamente me pintaba, no para salir a la noche, sino para todos los días. Parece un testimonio de propaganda lo que voy a decir, pero juro que ahora me doy cuenta de lo superfluo de la pintura.
Lo describiste como siempre: genial.
Salute!

JuanT dijo...

Más renacimientos, en este tu tacho de la basura.
Perdidos en máscaras estamos varios, siendo tan solo partes de quienes somos para algunos, y otra parte de quienes somos para otros.
Es que quitarse el maquillaje, y mirarse, mirarse de verdad, cuesta mucho, incluso estando solos en la habitación, porque es el acto más vulnerable que jamás podremos hacer.

Te aplaudo parado.

Nos estamos leyendo.