1.7.07

Rolando sale del bar una noche de invierno de este año, del anterior o de diez años antes. Hemos visto esta escena tantas veces a lo largo del tiempo, y él en su vida recuerda haberlo hecho tanto, que basándose en eso el tiempo no ha pasado. Colaboró al desgaste del pomo de esa puerta chirriante, cuando cada noche a las diez se fue a dormir a su casa.
Buenas noches, don Alfonso. Buenas noches, Rolando. Buenas noches, Cacho. Buenas noches, Rolando. Buenas noches, Américo. Buenas noches.
Es alto, alto. Paso seguido a cerrar la puerta tras de sí, la bufanda casi se le acomoda sola en el cuello, se mete las puntas grises dentro de la gabardina y a perder la guerra con el frío se ha dicho.
El invierno es la estación preferida del desolado, del meditabundo y del triste. Invierno masoquista al resguardo de las puertas de la antigua ciudadela, invierno entre alguna que otra boca de lobo.
Si uno se llama Rolando y camina así, alto alto como es, medio encorvado, a paso largo y medio que mirando al suelo desde arriba… si uno es así y se ha resignado a serlo, quien sabe, seguro en casa espere la cama, un gato y un balcón. Seguro uno fume hasta cansarse, hable con voz que lo demuestre, tenga un tremendo bigote de vino, y escriba poemas desde tiempo, en un cuaderno y con lapicera… para tachar sin borrar nada.
Y seguro que Rolando así tal cual es.
Caminando en la noche de invierno de esta ciudad donde vino a depositarse (nunca mejor palabra, cuando a pesar de la claustrofobia de todas estas paredes grises y todas estas ventanas cerradas y todas estas caras muertas, uno no consigue salir ni por San Felipe ni por Santiago, uno se ha depositado y anclado hasta que lo entierren en un lugar cercano) la sombra tenue de esas luces hace juego con las paredes.
Si no fuera por haber sentido esa presencia, esa cosa rara, diría Rolando que la llegada a casa se dio como se da siempre.
Pero no, porque aunque uno esté entregado, no va a vivir de por vida sucediéndose a sí mismo creando el propio mosaico de su vida.
Alguien lo seguía por la calle. Un punga, pensó. No tengo plata, ni un peso. Mierda… acabo de abrir el paquete de tabaco… si me lo afana que no tenga hojillas, hijoeputa.
Rolando no era de asustarse por casi nada. Así, con tantos años depositado ahí, no se tiene miedo de lo que ya se sabe que existe. Sin embargo los pasos seguían atrás, caminando lento pero sin pausa. No iba a ser Rolando el que se hiciera cabeza pensando estupideces, menos cuando ni siquiera se había volteado a ver quién venía atrás de él desde hacía varias cuadras. Sabía que no había en la ciudad nadie más silencioso que él para caminar, y no era momento de encontrar un contrincante. Ni para eso ni para nada.
Que insistente el botija… pobre desgraciado, si no tengo ni un peso partido al medio. Quizás debería darme vuelta y ofrecerle un tabaco así se va fumando contento y me deja caminar tranquilo.
Y sí, se dio vuelta Rolando y su bigote de vino tinto, se dio vuelta y la lucecita de la brasa del cigarrillo hizo un medio círculo perfecto.
Curioso lo que le ocurre a uno, que atrás de él también venía caminando Rolando de vuelta a casa, el Rolando de ayer que fumaba y tenía una bufanda gris y miraba mucho el piso, y era alto alto y había visto sus noches repetirse exactamente una atrás de otra.
El Rolando de ayer lo pasó de largo sin ver a este otro estupefacto Rolando de hoy, siguió caminando silenciosamente como solo él puede, rumbo a casa.
Entonces este Rolando, el que acaba de cruzarse a sí mismo, el que desgastó un poco más el pomo de la puerta chirriante del bar, supo que si se largaba a correr y pasaba su propia sombra encontraría al Rolando de mañana yendo del bar a casa.
Y como todo es tan predecible y él siempre supo que en Montevideo el único miedo imposible es el miedo a uno mismo, se acomodó un poco más la bufanda y retomó el paso rumbo a su casa. Había dado la vuelta al tiempo y estaba vivo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me tocaste el cuore, pendeja.
Rolando... si habremos visto Rolandos por ahi!

Bue- ni - si - mo.

=D

Unknown dijo...

Pa me encantó la historia, y como dicen acá arriba si habrá gente así caminando por las calles de MOntevideo.
Nada que ver no...pero que feo es cuando vas caminando y sentís que alguien va atrás tuyo y no te da para darte vuelta y ver quien es, por miedo a que sea un chorro preparado para afanarte...que feo tener que andar desconfiando así de todo.
Que andes bien
vAle

Anónimo dijo...

Me dio un algo a nivel corazonal.