10.5.08

- Lunes con Sol.- anunció desde lo alto de la montaña de cartón.- Empieza una nueva era. Nueve de mayo del dosmilocho. Nueve del cinco del cero ocho.
Se rascó la barba reseca, buscó en el bolsillo del saco de lana sucio y roto hasta sacar un papelito marrón de mugre y roto de tiempo.
- El día de la fiesta. ¿Te das cuenta, Catarsis? ¿¡Te das cuenta!?
Catarsis, el perro con más pulgas del mundo, levantó la cabeza como diciendo que oía, y puso cara de indiferencia como diciendo estás loco.
- Ah... esperé este día desde que me lo dieron.- señaló el papelito.- Desde que lo encontré, en realidad. Pero vos sabés como es, lo que yo pienso. Nada se encuentra porque sí. Y si el anuncio del gran día llegó a mí, detrás de él hay un artífice, un responsable. Pero no sabemos, Catarsis, ¡no sabemos nada! Vení, vamos a bajar al mundo. Pero antes... mirá. Somos reyes de nuestra montaña de cartón. Dejo de ser Tiberio el vagabundo y paso a ser un Antístenes moderno, fundador de la escuela cínica, donde comer del piso, beber del cielo y amar desde el pene está bien. Vos no tenés que fingir, ya sos un perro. Sin embargo yo... tendré que poner a prueba mis dotes caninos.- Catarsis se estiró en su cueva de lata y cartón.- Vamos a bajar a conquistar el mundo.

Era un lunes con Sol, efectivamente. La ciudad estaba comenzando a despertar, con los ojos entrecerrados y bostezando cada tres segundos. Un vapor espeso y helado todavía tendía campamento sobre las calles y edificios quejándose de tener que arrancar ya y con tanto frío. Desde el principio de la calle, las señoras que todas las mañanas baldeaban la vereda lo vieron venir con el perro custodiándole los tobillo.
- Hablando de Roma.- dijo una, nunca mejor usado el dicho, que junto a la otra comentaba que ya debería estar por bajar el loquito de la montaña de cartón.- Viene muy entusiasmado don Tiberio.
Tiberio, así se llamaba el rey de la montaña. Su nombre de nacimiento nadie lo sabía, por lo que para todos era Tiberio y chau, porque el quería y chau.

- Buenos días se anuncian.- dijo el de la barba reseca y larga, parando entre las dos viejas.- Los presagios se hacen sentir desde hace días. Me complace anunciar que sea hoy la fecha del acontecimiento.
- En qué andará usted...
- No se lo puedo decir, señora. Preocúpese por cerrar bien la puerta con llave esta tarde, van a invadir las calles.
- ¿Invadir qué? ¿Quienes?
- ¡Todos! Todos nosotros. He sido elegido por una de esas casualidades llamadas así injustamente. El destino me preparaba una misión imprescindible y hoy es el día de cumplirla. Lamentablemente, no puedo invitarlas a participar.
- ¿A participar de qué, si se puede saber?
- ¡De la resurrección! ¡De la invasión! ¡De la toma del poder! Estamos en el umbral de una nueva era.- Tiberio miró al cielo y trazó como una amplia estela de cometa con su mano de largas uñas sucias. Catarsis, que estaba echado rascándose atrás de la oreja, miró un segundo y volvió a lo suyo.
- ¡Otra vez delirando, don Tiberio! Ya dijeron en el informativo que están abiertos los centros esos de resguardo donde pueden ir a comer comida caliente, bañarse y no pasar frío. ¿Porqué no va en vez de pasearse con estas locuras por la calle, con el frío que hace?
- Bah, bah... no necesitamos limosna los que estamos a punto de ser protagonistas del Nuevo Mundo. ¡Abran paso, momias! Dejen el camino libre para que pase El Elegido. Más tarde nos veremos. Intenten reconocerme entre la multitud.

Y se fue caminando con la frente en el alto, seguido por Catarsis que parecía haber entendido qué actitud tomar y caminaba atrás con la cola parada, mirando con presunción a los perros más blancos e higiénicos que lo observaban perplejos tras de rejas y portones de madera.

Había mucho para hacer ese día. Primero, Tiberio y Catarsis fueron a lo de Agapito, el zapatero que le guardaba el vehículo todas las noches.

- Buen día, Agapito.- Saludó el emperador en decadencia.- Me llevo el vehículo y no hablo mucho hoy, que no tengo tiempo. Estoy tras una misión importantísima. No me preguntes nada, callate y seguí martillando ahí. Ajustale el dial a esa porquería que Gardel te está sonando con interferencia. Acastá. Me lo llevo. No sé si te la traigo esta noche, tengo actividad pa' rato. Pero no me preguntes nada, Agapito, no tengo tiempo de hablar. ¡Hasta más luego!

Agapito, que había tenido tiempo solamente de sacarse los lentes de cerca y ponerse los de lejos, lo vio irse con el vehículo y solo atinó a decir "hasta luego entonces".
El vehículo, un triciclo herrumbrado que chirriaba todo el tiempo, antigua propiedad de una vieja, que en paz descanse, que había muerto al pegarse la cabeza contra el cordón de la vereda, producto de una caída en dicho vehículo. Su prima, una distinguida señora que solo iba a visitar a la difunta en su cumpleaños, había pedido a un vecino que donara el artefacto al primer pobre que pasara por la puerta. Y Tiberio, que para recibir las coincidencias del destino era mandado hacer, había adoptado al maltrecho triciclo de los mandados, beneficiando también a Catarsis, que desde entonces tenía cajoncito donde viajar sin cansarse mucho.
La mañana avanzó más rápido que nunca entre tanta actividad. Con apuro, Tiberio paró en cada lugar donde encontró alguien que podía ser invitado a la transformación de esa noche. Con su vehículo visitaba los reinos de otros reyes, se sacaba el sombrero al verlos y con extrema diplomacia los invitaba a asistir esa noche ni bien bajara el sol a la bacanal de inauguración de la Nueva Era. Como no sabía dónde concentrar a sus invitados, porque tenía entendido que la celebración sería de carácter omnipresente, decidió citarlos en la calle que termina en su montaña de cartón, la misma donde hacía un par de horas había hablado con las señoras que baldeaban la vereda.
Los invitados, que poco entendían, asentían atónitos y agradecían la invitación, preguntando si debían llevar algo. Tiberio, que necesitaba la ayuda de alguno de ellos, les respondió que sí a quienes sabía que podían aportar algo que ayudara a concretar su misión. A la reina de la parada, la señorita Elena, le pidió que lleva su ejército de calentadores y estufas hechos con extraños artefactos metálicos que parecían inútiles del todo. Al Emperador del escalón de la fábrica abandonada, solicitó que llevara tres radios viejas que había arreglado en los últimos meses. Al dueño y señor de los caballos, conocido por todos por conseguir cualquier mercadería que siempre tenía en grandes bolsas que colgaban de su carroza, solicitó la parte de decoración: guirnaldas, manteles, adornos de todo tipo. Todos colaborarían con su envase del mejor vino del mundo, y estaba cada uno comprometido a ponerse sobre la piel su mejor vestimenta.

Cuando el Sol anunciaba estar a punto de comenzar a retirarse, los anzuelos estaban echados y Tiberio aguardaba en la cima de su montaña, desde la cual veía todo lo que pasaba en la ciudad. Catarsis estaba quieto, callado pero alerta. Comprendía que estaba a punto de suceder aquello de lo que su dueño le había hablado durante días. Tiberio, por su parte, aferraba dentro el bolsillo del saco el papelito con la misión.
- Ya falta poco, Catarsis. Sentite un perro privilegiado: no todos tendrán el honor de asistir a la fiesta de los verdaderos perros. No es por desmerecerte, por supuesto, pero vamos a dar esta noche una demostración canina de alegría. Ya algún médico nos diagnosticará Síndrome de Diógenes cuando nos encuentren desnudos, sucios y entreverados al amanecer. ¿Vos ya tenés candidata, Catarsis? Yo quiero conquistar a la Princesa de la Terminal. Nunca me dio bola, no debo estar a su altura. Pero viste que en las películas las fiestas vuelven distinta a la gente y todo pasa. La chica en cuestión termina por darse cuenta que está enamorada y levanta un pie mientras se besan. Bueno... no me mires así, claro que no me lo creo todo, pero voy a hacer el intento. No será la fiesta, será el Nuevo Mundo que le cambie la cabeza a ella. Hace dos semanas que guardo una rosa atrás de la lata del agua.- Catarsis escuchó con atención y aprobó el gesto rascándose detrás de la oreja.- Tiberio era un emperador romano. Hostil y malhumorado. Fue una burla que quise hacerle. Mirame a mí, Catarsis, mugriento, pobre y loco.

La noche se parecía a la bendición más esperada. Todos habían cumplido con su parte: Jacinto, el señor de caballería, decoró la vereda con largas guirnaldas de papel e inmensas flores de nylon y plástico. Elena, con sus estufas precarias, iluminó el principio de la calle, al pie de la montaña. Ramón, emperador de la fábrica, cumplió con las radios y musicalizó el evento. Decenas de botellas de plástico llegaron al lugar, traídas por los invitados, conteniendo dentro mucho o poco o vino del mejor que se conseguía en la ciudad. Nadie se movía, esperando que hablara El Elegido. Cien, quizás doscientos asistentes contando a los perros y gatos, miraban hacia la montaña.
Al fin, en el momento exacto que a la noche no le quedaban dudas y debutaba extensa sobre la ciudad entera, Tiberio se asomó a la cima de la montaña. Contempló a la multitud, sus invitados, los protagonistas, y les habló:

- Llegamos al Gran Día con las manos sucias. Somos el residuo de la historia en las paredes de esta lata vieja que es el mundo. Como un resto de alquitrán que se queda en el tacho, endurecido, después de que ya usaron el resto para mojar las construcciones. Estamos lejanos de ser blancos y puros, somos negros y sucios. Somos reyes autodisgnosticados, emperadores de los territorios que nosotros mismos elegimos. ¡Teníamos tanto para elegir...! Cien mil fábricas fuera de funcionamiento, más de una montaña de basura, como la mía, cientos de paradas de ómnibus, millones de escalones húmedos. Fuimos libres para buscar territorio, por más que ninguno fuera tan apropiado para dormir sin temblar un poco. Pero nos hicimos reyes de los lugares que conquistamos, entre batallas y coronas hechas con latas de atún.
Hace unas semanas, cuando bajé de mi montaña, encontré lo que me estaba designado de antes de existir quizás. Vino volando con el viento. Lo atrapé en una mano y lo leí con atención. Estaba todo dicho en no más de diez palabras. Por eso estamos hoy aquí, en la inauguración del Nuevo Mundo. Va a sonar la música hasta cansarnos de bailar, va a haber vino hasta hartarnos de tomar, va a haber comida vieja hasta saciarnos, va a haber refugios oscuros donde irnos a estar juntos hasta enamorarnos. Catarsis lo sabe todo y yo también: tenemos que resurgir, en algún momento, desde el subsuelo para conquistar las azoteas.

Y con esas palabras se inició el festejo. Nadie tenía claro qué era eso del Nuevo Mundo, pero las palabras de Tiberio contenían tal convicción que creyeron que tenían que aceptar sin más, porque para ellos era en nuevo y mejor destino que este hombre les traía con la seguridad de conocerlo.
El ruido aumentó y el vino los hizo alegrar a todos. Bailaban entre tangos y milongas que las viejas radios carraspeaban al máximo de su volumen. Se acariciaban bailando pegados, unos con otros, las danzas que recordaban de juventudes y mejores vidas pasadas. Los perros corrían a los gatos entre medio de sus pies, más de un zapato se descalzó entre el movimiento, y más de una flor de plástico pasó a engalanar una cabeza de muchacha recién conquistada. Nadie tenía quejas, ni hambres, ni fríos.

Quiso el destino (ese mismo del que habló tanto don Tiberio) o quizás la molestia de lo vecinos más cercanos (esos mismos a los que tanto habló don Tiberio), que alguno denunciara ruidos molestos en la comisaría. Era lunes, ya sin Sol, y todos querían dormir.
La policía, que llegó tarde pero temprano para agarrarlos a todos en pleno baile, se quedó perpleja contemplando el cuadro. Era el momento justo en que algunos, con la mitad de la ropa en el piso, se disponían a ocupar los refugios a oscuras y otros sencillamente bailaban con una botella de vino en la mano.
No podía creer Tiberio lo rápido que su fiesta estaba terminándose. Los señores uniformados le espantaban a los invitados. Solo Catarisis parecía defenderse, ladrándole a uno con furia.

- ¡Paren! ¡Qué hacen! ¡Es mi fiesta!
- ¿Y usted de donde salió, señor? - preguntó uno de los de azul.- ¿Qué es este bochinche a esta hora y esta mugre por todos lados?
- ¡Ustedes no están invitados! ¡Es mi fista, la fiesta del Nuevo Mundo!
- Mirá, Milton... este debe ser otro fugado del Vilardebó. Está loco como una cabra.
- ¡No estoy loco! ¡Váyanse y déjenos en paz! Estamos festejando, nada más.
- ¿Festejando qué, viejo sucio? Tendrías que irte a festejar que el gobierno abrió para vos y todos tus amigos un lugar donde dormir y no joder a la gente que trabaja mañana temprano. Dale, subí a la camioneta.
- ¡No subo a ningún lado! ¡No necesitamos ayuda ni obediencia los que fuimos elegidos para protagonizar el mundo!

Catarsis no paró de ladrar mientras los dos oficiales, a fuerza de violencia y autoridad, subían a Tiberio a la camioneta policial. Ya no quedaba nadie alrededor para atestiguar el evento. Solamente, desde las ventanas vecinas, las viejas que baldeaban esa mañana miraban con mezcla de lástima y asombro como se llevaban al Gran Tiberio, emperador de la montaña.
En el forcejeo, el papelito se le cayó del bolsillo. Nadie se percató, ni siquiera Catarsis, que se fue corriendo tras de la camioneta, siguiendo a su amo hasta donde sea que lo llevaran.

El papelito quedó ahí unos segundos y se voló con un viento que vino, arrastrando también un par de flores y una guirnaldas. Era un pedazo de un volante sucio y roto. Se habían salvado de la ruptura apenas unas palabras y un teléfono incompleto: "...orque cualquier fiesta es posible. No te olvides: 90508..."


Quedó como un misterio para los históricos asistentes de la fiesta del Nuevo Mundo organizada por Tiberio. Él volvió a aparecer unos días más tarde, afeitado, bañado y con la misma ropa sucia. Comentó que lo habían querido enderezar a prepo.

- Pero hay perros que no se vuelven dóciles tan fácilmente, no señor. Ya aparecerá otro pedazo de destino en algún papelito en el viento. Los domingos de feria, no sé porqué, hay más posibilidades que nunca.

7 comentarios:

Eli dijo...

Chau, me encantó.

Hay poco para decir, poco para agregar. Nunca dejes de escribir Maru!

Nada más =)

Anónimo dijo...

Muy bueno! Que genio Tiberio.
Te dejo un beso grande y te felicito por tu talento. Llegue de rebote, pero me voy a pasar causalmente más seguido.

noe dijo...

El otro dia decian en la radio que la gente no lee en internet, textos que tengan mas de cien palabras. Estan locos, o les falta un poco de locura, no se como ponerle.
Nuevamente Felicitaciones, siempre es lindo pasar por Acá.
Un beso Maru*

noe dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

maru! que genia! buenisimo el cuento! te felicito guachina ;)
Te mando un beso grande!

Val (kova?) jaja.

Anónimo dijo...

Esto, es justamente parte de mi admiracion hacia usted cuñada.
Felicitaciones! Que no la pare nadie...


Guille.


Chivo: www.rinconteca.blogspot.com

Anónimo dijo...

Eres muy buena! Adelante!