Uno puede pensar en mil cosas. Se pueden imaginar hasta enanitos verdes trayéndonos en sus sacos a cuadros rojos y azules, al trote, tirándonos en las fauces abiertas del mundo, sin piedad ni miedo. Saben que, al fin y al cabo, el mundo no muerde tanto como muerden nuestros propios dientes de fiera hambrienta.
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