22.2.09

Yo no sé quien sos. No sé qué necesitás. No sé de dónde venís. No sé qué te duele, qué te molesta, qué te hace feliz, qué te gusta hacer en tu tiempo libre, qué pensás, qué cosas extrañás y qué cosas te hacen cerrar los ojos y soñar con algo distinto.
No sé tu nombre, no soy capaz de nombrarte ni de llamarte. Y, espero entiendas, es difícil convocar lo que no podemos denominar.
Mi miedo es un monstruo enorme que me lleva a vivir en el rincón de lo que podría ser mi inmensa mansión. Mi miedo es una sombra persecuta, un policía armado, una pose fetal acosándome desde la cabeza. Me pone la piel de gallina, me reduce, me despierta y quiere convencerme de que sigo dormida. Mentiras, nada más que consuelos tontos para no seguir viéndolo pasar.
Lo cierto es que, entre toda esta locura de no saber nada, no estoy pudiendo acercarme a vos. Hay un terrible acantilado relleno de incertidumbres, falta de conocimiento y fe. No sé tocarte porque en el fondo no te creo real. No sé hablarte porque en el fondo confío que no vas a responderme. No sé ayudarte porque en desde la superficie hasta las profundidades no confío en mí misma. No me creo capaz de lograr mil mil y una metas. Cuando llegan, porque algunas lo han hecho, es como ver a alguien más. Pero para el futuro no tengo apostada ni una moneda.
Ojalá se pueda hablar de entendimiento. De que en algún lugar estés entendiendo qué pasa, porqué el escaparse, porqué el no creer, el acostumbrarse.
De alguna forma vamos a salir. Vamos a lograr vernos a los ojos y creer. Vamos a lograr seguir durmiendo, o seguir despiertos, pero sabiendo donde estamos. Te voy a dejar dormir en mi cama, intentando, tratando, luchando con la sombra, la pose, el grito, el miedo, la reducción. Luchando contra el eterno karma del ser humano, el de aterrarse de la locura de ver cosas que no puede explicar.

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