8.9.09

Al final no éramos tan distintos de las hormigas. Todos nosotros salimos del hormiguero, en algún momento, en busca de nuestra carga. Recorrimos miles de kilómetros y seguimos andando, hasta encontrar la carga.

Cuando la hallamos, creímos que esa era la gloria. Nos sentimos poderosamente vivos. Entendimos para qué estábamos allí y cuál era la misión a seguir. Qué belleza. La carga era un tesoro que nadie podía quitarnos. Gloriosa hormiga, ella levanta cincuenta veces su propio peso. Que hermosa es la carga, que bueno haberla encontrado. Al fin, al fin.

Pero después, cuando nos empezamos a aburrir de contemplar embelesada a la carga, nos dimos cuenta que el verdadero trayecto era el de regreso. Teníamos que llevar la carga hasta el hormiguero. ¿Cómo puede ser? ¿Caminé hasta acá, atravesé todas esas enormes montañas con mis ocho patas sólo para confundir el principio con la mitad del viaje?
La hormiga, abatida, mira la carga. Ya no parece tan hermosa, tan brillante. En realidad, si lo piensa mejor, es cruel y terriblemente pesada. Es infinitamente pesada. Causa dolor, hace que se curven las patas amenazando quebrarse. ¿Cómo que hay que volver al hormiguero, a la fuente de partida?

Pero sí. La hormiga, desesperada y con ganas de llorar, escucha las voces en el viento. ¿Qué sentido tendría ir a buscar lo que no has de unir a un todo más grandioso, más funcional, más complejo? Le dijeron. Y la hormiga entendió. Entendió como entiende el que está herido de guerra pero sabe que no se terminó la lucha. Entendió con las lágrimas que pretenden calmar la pena y el cansancio. La hormiga, con esa pequeñez que la vuelve ínfima en un mundo de titanes luchando, tomó la carga, que era mucho, mucho más que cincuenta veces su peso. Se adentró en el camino de regreso con la convicción del que sólo sabe mirar para adelante.

Desanduvo cada uno de los pasos andados, repasando con ellos la huella que habían dejado. Deshizo lo hecho. Se cruzó con otras hormigas que venían de tantos otros lugares. Sus cargas eran muy distintas. Cada una era particular, única e irrepetible.
A medida que se acercaban al hormiguero, al destino, más y más hormigas se unieron, como una marcha multitudinaria con un fin en común. De repente, la hormiga notó que su carga no pesaba tanto: otras hormigas, desde los costados y desde atrás, iban sosteniendo su propia carga y la de ella. La invitaron a hacer lo mismo con la hormiga que iba adelante.
Todas, con la fuerza que otorga el ser mucho más que la suma de las partes, se acercaron cada vez más al hormiguero. Ya no había mil ni diez millones de cargas. Solo había una. De hecho, tampoco había mil ni diez millones de hormigas. Todas eran una.



Gracias por escribir este texto conmigo, Miguel! Son tus palabras.

3 comentarios:

Ismael dijo...

que linda historia-metáfora! que linda comparacion.
Que linda vos.

¿Quien es Miguel?

Mariana dijo...

Miguel... es Miguel. Un amigo, quizás un hermano. Pero me parece que no le gustan mucho los títulos. A algunos nos gusta decirle Maestro. Peeero...

Anto dijo...

hormigas y personas...


¡te extraño amiga! hace calor es santo peter...

tengo una mamushka y una flor. tengo extrañares y añorares y cantares y mirares pa contar.

donde andas?