14.9.09

Y entonces, luego de saber qué tan grande era la sombra que eras:

¿Cómo se escucha la música, cómo se sienten las notas, cómo se conmueve y se reconoce la ternura? ¿Cómo se identifica la pureza en cada día? ¿Cómo tocar con las yemas de los dedos un rayo de Sol? ¿Cómo se aprecian las alas de una mariposa viva, y su palpitar de nube de humo perfumado? ¿Cómo se difiere entre la sonrisa y el llanto, entre lo que mataría y lo que dejaría vivir? ¿Cómo se camina cada día con la certeza exacta de lo que no somos capaces de hacer?

Porque, a decir verdad, ya lo hicimos. Conquistamos mundos y les pisamos las cabezas, todas las cabezas. Todo este tiempo hablando (aquellas ideas, qué lejos) de lo que queríamos hacer, de lo que nunca podríamos hacer, para venir a caer de bruces con que somos eso mismo. Y nada más.

La flor se disuelve entre los dedos húmedos como un algodón de azúcar, desintegrado, escurridizo, breve. La sombra que soy me mira y me recuerda que no puedo pagar por lo hecho, que no puedo generar una deuda, porque las deudas sólo existen para el que no está seguro de haber hecho lo que tenía que hacer. Y esa es la respuesta que cancela todas las preguntas. Así es como se palpa el vuelo de una mariposa: matándola, y recreándola, viéndola nacer cuando le llores una lágrima sincera y ella te recuerde que para tener la imagen completa no puede haber solamente luz.

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