25.9.09

Todas las palabras están hechas de mí. Son mis huesos, mi carne, mi aire y mi agua formando letras, temblorosas letras, acercándose a intentar crear frases. Todas las palabras, todos los signos de interrogación y los mil puntos que usaré para tratar de ponerle orden a la verborragia llorona, malcriada, impaciente que me vive adentro.

Porque me fui a recorrer los días y terminé hace quizás tanto tiempo, y en realidad tan poco. Y leí las ideas que pensábamos, en esos momentos en que estábamos tan de acuerdo. Como si al fumar con pipa el humo hubiera creado bellas imagenes. Y a vos te gustaban. Decías que sí. Afirmabas, y al sacudir la cabeza se te caían algunas ideas que venían a enriquecer lo ya dicho. A embellecer lo que ya es bello (y esa es la tarea mejor de cualquier ser, me dijeron una vez).

Entonces ahora, siglos (minutos) después, pienso qué pasó con aquello. Qué. Porqué aparecés con una forma que no concuerda con mis dibujos en humo de pipa de mentira.
La verdad es que no sé bien quién tiene la culpa. Debe ser que entre la pipa y el hoy se me escapan algunos elementos, como eslabón perdido para este Darwin un poco confuso.

Pero más pienso y más letras se me escapan. Y como están hechas de mí, me voy quedando sin cuerpo. Este es, de hecho, mi último aire. Mi última exhalación antes de ir a dormir. Si mañana al despertar me doy cuenta que sólo soy el contenido para un envase que ya no existe, al menos me alegrará mi única ventaja: Podré volar, volar lejos, hasta alcanzarte y preguntarte qué fue de vos.

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