1.11.09

Antes me indignaba pensar que quizás algunos ya no querían recordar. Pero era sólo la posibilidad de que algunos no quisieran recordar. En realidad, había chances de que no fuera así, y era justamente ese posible cambio el que encendía una llama de esperanza, una creencia. Porque sí, creí. Los que no sepan bien cómo soy quizás no noten lo excepcionalmente raro que resultan las creencias en mi vida. Yo soy, como tantos, una aferrada a lo empírico. Yo no creo: veo, toco, oigo, compruebo. Aunque con el transcurso del tiempo he logrado alejarme cada vez más de la realidad tangible, algo que me cuesta esfuerzos muy grandes, lograr creer es aún ahora un logro que cuesta trabajos de hormiga paciente y delicada.
Pero lo lograron: Creí. Creí en lo más bello que alguna vez conocí. Es que sí, ya muchas veces, rodeada de miles de personas tan iguales, con sentires tan similares, me pareció que el pueblo era lo más conmovedor que había conocido alguna vez. Haber estado en sucesos históricos para una cierta sociedad, haber compartido realidades con tantas personas que no hablaron pero que me transmitieron sus historias como una luz veloz que dejó saber quiénes eran, eso, me hizo pensar que de la gente (y no de sus cuerpos físicos, sino de la esencia colectiva y amorosa de las personas todas) sólo puede nacer algo hermoso. Más allá de la literatura y de lo pesimista que resultan a veces algunos conocidos señores, yo me convencí de que la maldad no es condición natural del ser humano. Me convencí de que lo que es gris se debe a la exposición al humo y las cenizas, y que si con un dedo corro el polvo, debajo una flor de colores puede estar aguardando.

Entonces ahora, y a la luz de los hechos recientes, mi espíritu está cansado y experimenta una regresión notoria. De repente me parece que estoy dos años atrás, cuando era medio tuerta y mucho más racional. Cuando me convenía más no ver con los ojos cerrados.
Las decepciones actúan así con algunos de nosotros. Debe ser una especie de riesgo, un posible precio a pagar a cambio de creer. Porque la realidad es una sola, y cuando no concuerda con la creencia, que a veces no es más que el inmenso deseo de realizar un sueño, parece que caemos desde un enorme rascacielos.

No dejo de ser conciente de la cantidad de personas que están como yo, tan desconcertadas. Sé de sus llantos, de sus pérdidas de esperanza, de su tremenda incredulidad. Y entonces me pregunto, cada noche (momento en que, antes de dormir, surgen todas estas cosas), cómo harán (cómo haremos) para volver a tomar las riendas de algunas luchas. Cómo es que se vuelve a salir al mundo con la certeza de que el pueblo no es aquel lugar seguro donde se deposita la esperanza de cambio, donde se ve reflejada la esencia misma de un ser humano digno, positivo, amoroso y conciente. Ahora por las calles parece que sólo se ven personas deseosas de olvidar, de no sentir más, de ocultar el pasado y quedarse en silencio hasta que pase tanto tiempo que ya no sirva de nada. Veo árboles caducos donde solía haber primavera todo el año.
Pero me queda la compasión. Sé que es lo único que no voy a perder, porque me fue entregada hace millones de años, un día perdido en el tiempo. Aunque esté vacía de ganas de creer, me sé una más entre tantos corazones devastados. Ofrezco lo que me queda, que es una sola cualidad, para intentar que florezca algo nuevo. De entre todas las cenizas, alguna vez, nació una pequeña planta.

1 comentario:

vito dijo...

Y yo que hoy, por la lluvia, siento que todo el mundo se disputa entre demonios y maravillas, y la rematadora es una pesada mosca de fruta.