Que si antes leí esto de la oscuridad y su mentira científica ciega, su nula validez de ser, su escueta verdad insignificante... no me acuerdo. Hablaban antes los hombres, y decían que, en realidad, la oscuridad no existe. Pero ahora es de noche, y toda la verdad es de ella. No podría mentirme. De verdad, mírenla: miren cómo se relame y se llena de saliva tibia que baja como un río eterno hasta el suelo. Entonces ya no sé de ciencia y de cuestiones empíricas, sólo sé de correntadas que arrastran y llevan y todo es cierto.
La pequeña luz flotando al lado de mi cabeza. El humo suave, seductor, extendiéndose como un hilo bailarín por el aire. Contando cosas. Habla muy bien del célebre fumador.
Y la paz, en un costado del cuarto, riéndose con esos labios rojos y ese sombrero de mujer distinguida que coquetea. Traicionera.
Busco el picaporte de la puerta y encuentro una sábana. Tiro, porque aún no acepto esto del sueño, y me caigo en mi cama sin lograr llegar al suelo. Puteo, porque a la gravedad yo le conocía hasta la bombacha, y entonces ella se enoja y me manda a flotar un rato.
Cuando mi nariz toca el techo, frío techo, comprendo. Me dan ganas de llorar. Quisiera haber podido darme a entender antes. Haber logrado conmover. Haber sido más sutil. Me gustaría tener el picaporte de todas las puertas que digan pase sin golpear. Pero sólo tengo sábanas y un par de ojos cerrados.
[(¿Por qué, después, lo que queda de míes sólo un anegarse entre las cenizas sin un adiós, sin nada más que el gesto de liberar las manos ?)]
No hay comentarios.:
Publicar un comentario