No. No tiene nada que ver con encontrarse o perderse, o con el arroz con leche. Hace tiempo, mucho antes de que estés sentado en el escalón, que estas cosas se cuecen en las ollas de todos. Porque todos, aunque no te parezca, estamos remando contra la corriente dentro del mismo remolino. Y nos peleamos con los mismos tiburones, y nos llevan río abajo las mismas correntadas.
No, no tiene nada que ver con querer quedarse o con querer irse lejos. Porque, de verdad, ¿a dónde irías?
No somos tan distintos. En el fondo, lo único que necesitamos es agachar la cabeza y permitir que nos acaricien la espalda. Pero hacerlo es, entonces, ceder. Y eso es lo que menos queremos. Llevamos años, miles de años, viviendo la fuerza interna que da el saberse rebelde. El no caer ante ninguna lucha, el vencer a vencedores que ni siquiera nos desafiaron a pelear. Pero les aplastamos la cabeza como cucarachas, los redujimos a finísimas cenizas que volaron con el viento. Y en el pisotón hallamos toda esta fuerza de gladiador. Todo este saber que no tengo que hacer caso.
Pero un día, quizás porque simplemente las correntadas son más fuertes que el individuo, empezamos a añorar el fondo del remolino, del cual alguna vez salimos. Y acá estamos, queriendo dejar de remar, soltarse y ser llevados, pero con un impulso monstruoso de seguir moviendo brazos y piernas.
Y cuando te decía que estábamos todos igual, era porque todos tenemos esas correntadas y esos impulsos. Y porque ya sea un trabajo, un amor, una compra, un beso, un arma o Dios, la verdadera naturaleza del ser humano sigue escondida detrás del traje de marinero que nos empeñamos en vestir cada día.
1 comentario:
Uf, cuanta verdad. Me re identifico con todo lo que decis. Tenes una calidad tremenda para decir las cosas y crear imagenes,
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