21.12.09

La fotografía está en blanco y negro. Cada uno de los años transcurridos se expresan en ella, fieles, dejándose ver y quedando a la orden del observador. La miro. Me miro. Me encuentro pensando mil veces si será, si seré.
Las imágenes son varias y entonces puedo observar diferentes momento, diferentes gestos, distintos sentimientos que se ilustran. La mirada grave, las cejas pobladas y expresivas, la melancólica textura de su cara, los labios firmes y profundos. La cara ancha, la frente grande, el pelo corto. El uniforme. La señal de quién se es, esa mancha horrible en el brazo, ese símbolo de millones de muertes. ¿Quién sos? ¿Porqué sos?
Después, lo anecdótico: el misterio, la supuesta estupidez, la timidez, el paracaídas. Todo. Lo que no sé y lo que quiero creer que no fue. Pero fue.
Suspendo la observación por un rato. Caí en la cuenta de que me estuve señalando con un dedo acusador y rostro asqueado todo este tiempo, sin darme cuenta. Yo era el mismísimo blanco para la flecha que, creí, iba a derribar a otros. Pero no. Cuando la lancé, convencida, me trasladé directamente al punto de impacto, y desde ese momento acá estoy, con una herida en el pecho y todas esas verdades que juntas destruyen una única mentira.

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