Cerré los ojos y sentí la tranquilidad. Las cenizas palpitaban allá en el fondo, debajo, en la inmensa profundidad. Sentí el olor a quemado, el recuerdo. Siempre quieren volver, saben que el humo libera memorias. Pero esta vez el tiempo es otro y hemos construido nuevas defensas para seguir existiendo.
Entonces pude cerrar los ojos, sentir la paz, recostarme en las paredes curvas de mi lugar. Todo el verde de la vegetación, todo el negro de un cielo salpicado de estrellas, todo el violeta de una columna de luz inmensa, poderosa, esperando a que la necesiten, reflejándose en cierta agua que se mueve por el piso de tierra, cristalina y suave. Pensé en las cenizas y en cómo palpitan pero no vuelven a crear un fuego completo.
El fuego, ahora, viene de otra parte. El fuego ahora es el poder de ser algo verdadero. El poder del reencuentro con los pedazos olvidados en el tiempo, con aquella semi-existencia de morondanga plagada de agujeros negros. El fuego crepita, y se puede tomar entre las manos. Y si prestás atención, si cerrás ojos y lo acercás a un oído, se oye claramente cómo palpita un corazón.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario