22.1.10

La noche es calma, es rara. Un ventilador, su ruido como de anuncio lúgubre, su dar movilidad al mismo aire caliente de siempre. Un puñado de muchachas lejanas esperando a su princesa, su mesías de los sueños y las fantasías en rosa y celeste. Y mi reina, mi preciosa esperanza en carne y hueso que me abraza cuando caigo, acostada está. Quizás suspirando fuerte, rodando sobre sí misma, intentando escapar de la pegajosa superficie de su cama.
Espero por el destino de ambas. La primera compromete la parte más anecdótica de mis sueños. La segunda es, sin lugar a duda, una confirmación para la vida. Para la nueva vida.

Hay sudor en mi frente. La noche es calma, tan rara. Es espesa, como de alquitrán. Tengo cuatro carozos de durazno y un vaso de agua. Una polilla libre y un plato sucio arriba del estante. No estoy en mi cama esta noche... un par de ojos tristes preguntan y yo respondo que no sé, que hoy ya es mañana y para mañana falta mucho.

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