Me contaron una vez de quienes vinieron a parar, como si un viento de medianoche hubiese soplado demasiado fuerte, a las tierras que nadie conocía hasta ese momento. Lugares llenos del mayor desconcierto, cientos de miles de hectáreas pobladas de la más profunda soledad. Vinieron a caer, esa acción que provee la fuerza de la gravedad, y los que se quedaron arriba los vieron alejarse hacia abajo, hacerse pequeños y enterrándose en una oscuridad que nunca tuvo la panza tan llena de tragar y tragar.
Mil ilustraciones, quizás tantas más, pintaron el suceso. Lo decoraron de alas negras, labios negros, cuerpos hermosos y hasta miradas siniestras. Largas cabelleras flotando en un aire turbio, oscuro, sin final feliz. Los nombres cambiaron, las historias tejieron diferentes tramas al pasar de boca en boca, de mano en mano, de mente en mente. De unos se dijo que tuvieron hijos y que de éstos mejor esconderse, pues son de la crueldad también producto. De otros, se habló de ser temerarios, implacables y despiadados. Todo un mundo, todo un conjunto de mundos, pidió a Dios que los cuide de sus personalidades inconmensurablemente malditas. Y la gente creyó, como cree tantas cosas, que entre ellos andaban aquellos que no habían querido pertenecer a mejores reinos.
Las historias no son más que anécdotas, formas de ser. Son sólo cristales por los que mira un ojo curioso y falto de explicaciones. Las historias, de verdad, no son más que lo poco y lo pobre que pudo encontrar un puñado de seres humanos para explicar lo desgarrador que es no saber quién se es. Así, el bien el mal vienen a nacer con careta, mostrando ante los ojos de todos cosas que no son. Ni bien ni mal.
No tienen alas ni son negras. Quizás no se pueda decir que no cayeron, pues bien sabemos que en sus sueños de ojos cerrados ven el pasado como una altura inalcanzable y lejana. A veces lloran, muchas veces en verdad. Se han acostumbrado bastante a esta vida simple y densa y eso es bastante triste. Sueñan día y noche. Ya están empezando a querer volver. Tienen en la cabeza una tristeza de miles de años y un recuerdo que grita con voz ronca. Piden amor, rezan por ayuda y duermen lentamente en un letargo que no amaina. Como una lluvia muy persistente.
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