Galera de mago. Conejo agarrado de las orejas, y el aplauso de un puñado de niños. Pero el conejo resultó ser negro, el mago se asustó y dio un gritito al aire en esa tarde de domingo perezosa y levemente tibia. El conejo escapó y escapó la sorpresa, por el portón de madera se fugó como vientito de verano en despedida plena.
Cada palabra es ir un poco más allá. El destino no es verdad siempre que no sea verdad la muerte. Porque nada más que eso existe, si se trata de escrituras y sucesos que no vas a poder detener. Ni con los dientes apretados ni con la fuerza y la furia de mil animales enormes.
Y por eso el amor. Por eso la igualdad. Por eso que te quiera de lejos y de cerca, a sabiendas y a ciegas, un rato o para siempre. Porque el destino es destino y existe, es breve instante para dejar de ser. No vamos a poder dejar de dejar de ser. Así todas las veces que sea necesario. Es mi única esperanza, la verdad: creo en ello como si fuera lo único posible, porque es aquello que asegura que pase lo que pase coincidiremos en algo.
Así es como me formo mago en el noble arte de sacar conejos negros de una galera. Cuando los acepto, acepto su oscuridad y sus ojos amarillos de fuego, me vuelvo más de verdad. Más cosa completa. La historia del conejo blanco sólo es media historia. La historia de la vida sólo es media luna que no crece. Conejos negros saco y un paso más doy hacia el entendimiento del destino. Uno tras otro pueblan mi jardín, comen pasto de mi mano y no se van con ningún vientito que pase. Las mañanas ruidosas amanecen pobladas de ellos, conviviendo juntos como si fuéramos parte de la misma cosa.
Y somos. Todos nosotros en cualquier momento dejamos de estar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario