No es que no entendí, sino que me perdí el momento en que todo cambió. No recuerdo haber despertado un día y sentir algo así como un olor raro, unas manchas en la pared que antes no estaban, un cielo de distinto color en la ventana, o quizás simplemente ese qué sé yo premonitor, como de anunciamiento. No. La calma antecedió al huracán, pero yo nunca diferencié las etapas. Como todos los días, mi té con limón se terminó de enfriar, a medio tomar, mientras yo corría con el pelo mojado a tratar que no se me escape el día.
Pero llegó el momento. Llegaron todos los momentos. Me pasó que me asomé a un gran charco de agua, y con el reflejo me encontré que estábamos respondiendo a todas mis preguntas. Todas mis cosas postergadas. Lo curioso fue que descubrí que la vida sigue, que los engranajes del mundo funcionan rechinando como siempre, que mi tarjeta de boletos hace el mismo ruido de siempre en la maquinita y que nuevamente a la gente le sorprenden las túnicas blancas. Yo había imaginado que la realidad se iba a derretir, que como muñecos de cera iban a ceder ante el calor abrasador de mi corazón destrozándome el pecho.
Me está pasando que no me doy cuenta de si camino o vuelo. El mundo es el mismo, la calle es la misma y está sucia, pero yo no sé quién soy. No sé en dónde empiezo y dónde termino, no sé qué parte de mí es mía, y cuál están usando allá en la otra punta del planeta. Tengo el cuerpo unido a una especie de magia atemporal, sin espacio, que me alimenta y me pide que vaya más allá. Que ceda los terrenos de mí. Que abra las ventanas y deje que se vuele todo.
1 comentario:
emanas felicidad...
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