9.2.11

Cajones en el pecho. Se abren, se cierran, se descierran. Se destraban. Le dije hoy: Mirá, la tranca no sirve, es al pedo, si igual las puertitas quedan cerradas, ves? Y se rió, me dijo que sí, tal cual, no me había dado cuenta.
Pasa lo mismo acá y me lloran de pena los lacrimales. De la pena del trancazo. De que no haga falta el candado, porque de todas formas no te vas a abrir. ¿Qué tenés miedo? Me preguntan. ¿Por qué te parece que se te va a escapar el conejo de la galera?
Contame un cuento que tenga final lindo. La canción que no quiero cantar todo el día. Necesito recordar cómo era yo antes. Antes que antes. Cuando no medía las situaciones con ridículas ideas de merecimientos e intercambio. Cuando me bastaba el sonreír a la tarde, ver la luz reflejada en el esmalte de algunos dientes.
El frío contra el vidrio, las gotas de agua recorriendo el esternón. Dejá de pensar que tenés que tener más, dejá de pensar que deberías tener más, dejá de pensar que sos tan grande. No sos. Estás acá y están todos. Les cortaron las cabezas a todos por igual, mirá, ¿ves? A la misma altura. Atendé, si te fijás bien, nadie tiene ni un centímetro de sobra: Justito a la la altura del axis, qué belleza.

1 comentario:

Meilán dijo...

Este texto es visceral, me gusta. Se nota enojo, pero siempre con esa forma tan grafica de abrir las puertas de tu alma (o cabeza? en que parte de la racionalidad estas ubicada hoy?). Tenes muchos matices, me gusta! Siempre me gusto.

Abrazo, pequeña.