14.4.11

Entré en el círculo de la babosa. Brillante, transparente. Las trasas de quien fui, esparcidas sobre mi nueva piel. Como una serpiente que muda su piel, pero no consigue deshacerse entera de ella. Se sacude entre los pastos, roza su cuerpo largo contra las rocas y los troncos de los árboles, pero ahí están los restos.
Los tiempos son cíclicos, vengo a darme cuenta. Volvemos a pasar por los mismos lugares, y aunque estamos volando más alto, desde otro sitio más lindo, llegan los vapores de aquel caldo precoz. No querés volver, yo sé, pero no podés evitar reconocerte, vieja amiga del pasado, en el reflejo de hoy que proyectan tus ojos.

Solía oler la ropa buscando una pista. Solía observar las motas de polvo flotando en aire, en el convencimiento de que serían mensajes anunciadores para la vida. Después entendí que la mejor forma de encontrar algo es no buscarlo. Pero los entendimientos a veces son intermitentes, vienen y van, se pierden a veces entre la maraña de tejidos desprolijos que es el diario vivir. Debe ser por eso que esta tarde, debajo de aquella enredadera, me encontré otra vez tirando el anzuelo y la carnada, esperando atrapar al pescadito. Yo ya sabía que no es así. Pero...

Ah, mirá, vamos a hacer las cosas de otra manera: Vos buscá. Buscá profundo en el carozo del durazno. Sacale todo el jugo a la pulpa, pero no te olvides que la verdad está bien adentro, en lo más duro, lo que lastima las uñas y los codos. Después de mucho tiempo, cuando te sangre y te duela, volvé y hablemos. Mirame al espejo. Decime que te diste cuenta. Y entonces sonreí, como sonríen las muchachas como vos (que son jóvenes y no tendrían que estar acá, así y ahora), sabiendo que llegaste, pero que ya te vas. En cualquier momento.

1 comentario:

Meilán dijo...

Qué lindura. El texto, las ideas, usted, mujer!