5.4.11

No lloró ni pareció triste. Su piel gruesa contuvo los gestos, habló con precisión. Parecía estar diseccionando un animal. El pulso fino, la calidad milimétrica, ni una sola gota de sudor en su frente. Convicción.
Los cocodrilos me parecen animales increíbles. Ahí está él, el cocodrilo de hoy, con esa piel preciosa e impenetrable. Sé que no siempre fue así, y en realidad solo basta darlo vuelta para llegar al abdomen, esa zona vulnerable.
Te vi en la neblina y la armadura de guerrero me llamó la atención. Supe que las vestías porque no quedaba otra. Supe que no era parte de un sentir natural.
El tiempo hace perder las convicciones, y eso lo sé desde ya. Las flores viejas pierden los pétalos, las piedras en la costa se erosionan. Tu piel se vuelve fuerte, resistente, pero se olvidó de su suavidad y de su pertenencia. ¿A qué valores le decís que sí y por qué?

Mi tarea es buscarte en la niebla una vez más. Tengo la seguridad de poder reconocerte en cualquier oscuridad. Y cuando llegue, cuando te encuentre de pie y sin saber muy bien qué harías ahora que ya han sucedido tantas cosas, recordarte quién sos. Lavarte la cara, desempañar tus párpados, pedirte que cierres los ojos y viajes hacia adentro. Adentro no hay tiempo. Adentro todas las tierras son vírgenes, toda la vegetación vive limpia y pura, y el aire baña las entrañas como si fuera el primer minuto de la vida. Mi tarea es devolverte el primer minuto de la vida.
La seguridad de que no te van a dejar caer. De que no vas dejar caer a nadie. De que no necesitás armadura ni piel de cocodrilo, porque tenés corazón.

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