10.9.11

Asomo la cabeza al borde suave de su fuente dorada. Mira. Dice hola. Sonríe, tan importante, blanco. El agua brota, no sé de dónde, y cae a las profundidades de la mismísima nada. Leyó a Hawking, por eso entiende el tema de los agujeros negros. Yo, ni ahí. No puedo perder el tiempo. ¿Cómo podría perderse el tiempo? Había estado observando esas cadenas que la gente se cuelga al cuello, que al final tienen un reloj.

Toca el agua con las puntas de los dedos y se moja los labios. Me pide beber de mi saliva, y se acerca. Se acerca.
Dorado es el vapor que sale de su boca, y trae como mensaje la frase "nada existe que no deba".

El agua corre debajo del beso.

Arriba, el tiempo desaparece. Pero no me doy cuenta. Mi mano aferra firme un reloj y una lágrima violeta que desprendieron sus ojos.

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