11.9.11

- Horrible.

Desnudo, se miraba al espejo de cuerpo entero que había a la derecha de la cama. Yo, acostada, deslizaba las piernas entre las sábanas, intentando acaparar toda la frescura que caracteriza los primeros instantes.

- Me hincho horrible, siempre. Me duelen los ovarios.
- Los ovarios no duelen, te lo dije varias veces. Duele el útero, que se contrae para desprender su endometrio.
- Es dolor igual. Vos porque no sabés...

Le pedí que dejara de quejarse y se acercara. Que no se vistiera ni por un segundo. Accedió, porque mi cara de mujer en la cama le hizo bajar un vaho cálido desde las mamas hasta el endometrio, que se olvidó de sus estertores de una vez al mes.
Se acercó, primero cauto, luego voraz. Se incluyó en el delicado sistema que constituíamos la cama y yo. Ahora él, masculino.
Rocé sus brazos con mis brazos, la piel algo más fría, el pequeño velo del reflejo en el espejo. Olvidamos la queja. Se fundió conmigo en un beso cálido, lleno de saliva. Su mano deslizó en el vello de mi pecho y me encendió el tórax.
Desde el pubis sentí el calor y arremetí así, desde los cromosomas y más allá, con una erección caliente que le penetró tanto más que el alma.

1 comentario:

Ant dijo...

Piration, ma'am.

Pero bello, siempre bello.