7.9.11

Que usaras la imagen del agua, no tanto. Pero los muros, los altos muros negros...

Con las uñas palpé la dureza del cemento poblado de esas plantitas que no se sabe bien cómo sobreviven. La humedad del pozo, el no poder escalar. El muro que se erige alto, negro y verdoso, que me tiene de pies descalzos (jamás iría calzada, lo supiste), mucho más cerca del suelo que de su cima. Pequeñez de cucaracha, necesaria para comprender. A veces, a veces... sí, ya sé, no entiendo tan bien como cuando me dejo sobrepasar, cuando el agua me cubre hasta la coronilla y me sacude, igual que aquellas tardes de Río de la Plata y diez años vivos. El pecho, siempre, resultó raspado por la arena. Pero entendí. Entendí abriendo las manos, saltando al vacío, aprendiendo a morir. Nunca sujetando nada.

La piel te chorrea, entro en la microscopía profunda. De cada poro un jugo de colores. Sos maestro de tus colores. Y me decís, pero ya sé, cuál toca. Te rebasa, se te sale, lo dedicás en el instante justo en el que abro las palmas de las manos, la boca, las piernas, el tercer ojo y el alma. Una fuerza primitiva me amarra a la carne y otra fuerza, poderosa fuerza vital, me sube la mirada y me envía al corazón del universo, al núcleo de lava caliente, útero fértil de todo. No es tu origen, ni el lugar al que va(mos)s. Es vos.

Una bestia se acurruca en las paredes internas de una cueva. Veo los ojos encendidos. No se prepara para dormir, simplemente espera. Una bestia negra, descomunal, enorme, que huele a saliva tibia y pelo mojado. Polimorfismo. Gelatinosa, reemplaza pelo y huesos por miel y se escurre entre tus dedos, te tienta a endulzarte las papilas gustativas y las narinas. Lubrica el roce entre tu espalda y mi boca. Negra miel, dulce, lista para la lengua y el tiempo. La bestia ruge desde la miel. Se relame conmigo. Se relame mientras me relamo. Me cae tersa en el paladar, se anuncia, me envuelve la lengua e invita a que trague.

Conciencia. Las dos partes. La bestia y el agua tibia, una flor de cerezo flotando en un charco. Sube el agua, tranquiliza los pies cansados y las uñas rotas de rascar el cemento.
Creo en la flor. Creería aunque te viera entrar por la puerta de tu cuarto envuelto en miel negra, hablando con los ojos de la bestia, tus ojos, rugiendo de entrecejo fruncido. Creería en la flor y el agua tibia. Creería en la calma en la frente. Y lamería la miel, de todas formas. Podría ser, mirá lo que te digo, que en cierto momento la flor pudiese flotar en la miel. Ese día, día de eclipse, tu figura va a recortarse en la ventana recién amanecida. Y la sonrisa, tremenda sonrisa. Luz encendida, sí, pero no con un dedo y la llave.

4 comentarios:

Meilán dijo...

Te disfruto, pendeja! Tremendo. Nado en tus letras como nado en las tierras que recorro. Mucho un monton.
Ahora me acurruco en una hamaca paraguaya en Brasil disfruto tu arte. Viajás!

Julián Sick dijo...

¡Me cago en la puta madre que lo parió!

Perdón, quería hablar de que te cae tersa en el paladar y la vas a tragar.

Anónimo dijo...

yo podría lamerte creo

Mariana dijo...

Mei: Groso, chabón! Cuánto me gusta tu permanencia...

Julián: Mucho me hubiese sorprendido que de todas las palabras dichas no escogiera esas. Y de de éstas, "escogiera".

Anónimo: Podría.