3.3.12

Que cuando se dio cuenta, ya se había ido. Que le tocó la cara, que se acarició los pechos, que mojó de saliva tibia los dedos, pero ya se había ido. Que buscó por horas el segundo ese (de mierda) mágico, y que cuando llegó se distrajo pensando en la saliva y no se dio cuenta. Que dejó la carta sobre la mesa del comedor y el condón anudado en la lata de basura de la cocina (¿Y por qué no tenés una más cerca o cogemos en la cocina?). Que la cumbiancha esa horrible que compartiste con ella la hizo llorar. Que cuando se huele entre los dedos medios y anular a las 8 de la mañana se acuerda de vos. Que nunca, nunca, va a volver a llevar la basura al contenedor verde de la esquina justo a esa hora.
Que estaba cansada, harta, de que el peso del recuerdo de su mano a medio camino por la espalda le despedazara el hilo conductor de sus pensamientos. Que sabe que no contás, que no decís nada, del minucioso ritmo en que fracasan tus sueños. Que te agradece, con el alma en llamas y el cerebro congelado, la ternura inequívoca con que fuiste deshilvanando sus párpados, como una persiana que se abre a la mañana recién llegada, hasta que la claridad del día le derritió la retinas.


Eso dijo.

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