4.2.12

Soy loba herida. Aulló adentro mío y la sentí, candente, inflamada, encendida. Resquebrajó el cemento de todas las paredes y todos los pisos en los que yo estaba. Me zampó una garra en los ovarios, sangró, selló el pacto.

Me dijo con la voz profunda e inmensamente viva: Esto no. Loba herida sos, y esto no. Mujer sos. Estás rota y sangrás, por eso esto no. Me acordé de todo: Del perfume, de las manos, de mis genitales, de mi tiempo de plumas y agua fresca. Me acordé de mi útero en llamas, de mi profunda conexión con algunas flores. Me acordé del agua en mis células y del agua fuera de ellas. Me acordé de mi papel en todos los juegos.

Rastrearon la sangre, ya sé. Herida volví a la cueva, me reconocí, lamí la sangre, supe ser perra y supe ser fiera. Supe de mí. Allí, en la oscuridad del alma, entendí que en el ejercicio de la vulnerabilidad nace el ejercicio de la fortaleza. Mis pupilas se agrandaron, la oscuridad cedió, la sangre comenzó a secar lentamente.

Loba. Mujer. Ovario. Útero. Inflamación. Supe de mí, de mi sangre. Supe de mi herida, de mi profunda herida en el cuerpo. Me lamo hasta que cicatrice. Me reconozco. Me lleno la piel de nuevo pelaje sano y fuerte. Me abrazo, cotizo mi sangre a un precio mucho más alto, y salgo. Salgo.

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