5.4.12

Subidón. Al eje del tiempo, del espacio, de crecervivir, de lo que no sé.
El olor del cofre me perturba profundamente y no lo puedo abrir. Me molesta mucho. Siento que pierdo en mi propio territorio, que debería saber, que puedo ir más allá. Pero sé que ella se parece a la mina que acabo de ver desnuda, y eso me molesta. Me molesta que no tenemos ni medio pelo en común. Y que me desconoce, y que hace todo lo que yo no sé hacer, y que su perfume es ese porque no supo nunca que le queda mal.
Yo no digo que le salvé la vida. Yo digo que me metí en su vida, y ahora me envuelve un halo ajeno de la tormenta que la está mojando a ella.

Pero el cofre se abrió mientras sudábamos en la cama. Dejó el olor al costado de la almohada. Las manos húmedas se aferraron a las sábanas con figuras geométricas, la saliva se colectó entre tu encía y el labio inferior, y después del orgasmo lloré, lloramos. En el final del cono de tus pupilas de formó la duda, el horror, y se proyectó hacia adelante y me mojó las mejillas. Perdón, susurré. Pero no.
A veces las imágenes son los hilos que mueven los párpados y abren los conductos lacrimales. Y tu pecho, tu pecho alto, se agitó y retumbó movido por los latidos. El diafragma, la fe que se te rompió como un cristal. La pared.
Mejor vestite, corazón. No demores más. Prendé la luz para ver mejor y cerrá el cofre antes de irte.

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