Me dice usted que mañana sí. Que mañana lo hace. Me mira usted, me mira y pone cara seria.
¡Y qué cara! Cara de que usted ha cambiado. De que se dio cuenta. De que tiene ganas de vivir.
Mire: estamos sentados en sillas rodeados de pasto, a una calle del mar, a una torsión de cabeza de un cielo que en breve estará estrellado. Usted es una persona que sabe apreciar tales bellezas, por eso me tomo el trabajo de intentar creerlo que sí, que mañana las apreciará por completo y serán solo ellas quienes le inunden el cuerpo y el alma.
Me dice usted que mañana sí. Y yo quiero dejar de seguir tratándolo de usted, como trataría de usted a quien me inspirara un respeto falso, asqueroso, autoritario y protocolar, en vez de esta cosa linda de que usted es de esas cosas que hay en el camino y de ninguna manera son piedras. Me dice usted que esta vez sí, que no tenga miedo, que esta vez sí no se contamina más. Usted me dice que sí.
Y yo te miro y quiero rescatarte de donde sea que te hayas metido, para volver a vivir sin que tengas que autodestruirte tanto, que te seamos suficientes todas las cosas que te hacen nada más que bien, que encuentres naturalmente el bienestar sin imponerle al cuerpo y a la mente tanta cosa siniestra y ya sin sentido.
Y yo te haría cambiar si fuera mi responsabilidad, haciendo de tus mañanas un hoy inmediato, dándote por vida la naturalidad de estos días de estrellas y risas al aire libre. Porque así, siendo vos y no ese usted, monstruo extraño, siento que estamos más cerca.
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