22.2.08

- Bianasa.- anuncia la voz del final del pasillo.
Una hora antes le habían dicho que esperara en aquella sala, que lo iban a llamar por su nombre (su apellido, corrige ahora Bianasa). Vio pasar unos cuantos como él, entrar por el túnel, perderse, y verlos salir uno, dos y hasta veinte minutos después. Algunos habían salido claramente contentos, otros notablemente deprimidos. Esto a Bianasa le había dado mala espina, porque él siempre solía creer que le iba a tocar del lado de los que no la pasan bien. En realidad, esta sensación había venido de regalo con los años, nada más, puesto que de niño y hasta de joven había tenido la gloriosa (ahora, en aquellos momentos era simplemente natural) sensación de que estaba a salvo de todo. Una especie de suerte genética. Después el cielo quedó más abajo hasta hacerlo apoyar los pies. Ahora en el rostro de Bianasa no quedaba ni rastro de aquel joven soñador convencido de su inmunidad, sino que más bien se parecía mucho al ciudadano medio de aquel lugar: un tipo acostumbrado.
Podríamos decir, porque con claridad sabemos que así fue, que todo esto pensó Bianasa desde que se levantó de la silla de cármica blanca (las salas de espera deben tenerlas, blancas, para resultar lo más lúgubres posible) hasta que llegó a destino, diez pasos más adelante atravesando un corredor vacío y mal iluminado.
Nadie lo invitó a sentarse, pero Bianasa está demasiado acostumbrado como para no entender que si hay una silla es para que la ocupe. Del otro lado del viejo escritorio de madera equipado con una computadora y algunos papeles, había un señor gordo de bigote poblado, pelado, con gafas de montura de carey sobre la nariz. Miró un segundo la computadora y, sin mirarlo a él, le habló por primera vez (segunda, puesto que lo llamó hace 10 segundos, quizás menos).

- Mario Roberto Bianasa Colucci, ¿verdad?
- Así es.
- 57 años al día de la fecha, casado, 3 hijos, cédula de identidad número 1.693.925/5.
- Exactamente.
- Bien... firme aquí, debajo de la cruz.- El señor quitó la vista de la pantalla para depositarla en un formulario blanco que le tendió a Bianasa, donde están impresos todos los datos recién recitados. Bianasa recuerda entonces una vez que una amiga medio loca le hizo un estudio analítico de su firma. "Sos un tipo centrado, Mario". Centrado... todos somos centrados, pensó Bianasa. Centrados en nuestro propio eje. El problema es cuando el eje de uno no coincide con el de los demás. Firma, temiendo haberse distraido con la amiga loca.- Muy bien. Pase por la puerta de la derecha, tiene un máximo de 30 minutos, los documentos de las carpetas rojas son retirables, los de carpetas blancas no. No puede causar ningún tipo de daño a la documentación y todo lo que retire debe ser declarado en el mostrador de la entrada.- Y se quedó callado, volviendo a mirar la pantalla.
- Ya... ¿ya? ¿Así nomas?
- ¿Acaso hace falta más burocracia? - Esta vez lo mira directamente.
- Supongo que no. Con permiso.

Bianasa se levantó con calma moderada y se dirigió a la puerta que le indicaron. Era pequeña, negra y no ostentaba ningún símbolo fuera de lo común. Podía perfectamente ser la puerta de un baño, de un depósito de escobas o un armario. Ya bastante se había sorprendido al encontrarse con tan común oficina como para que ahora le dijeran que esa, y enfatiza, esa puerta, sea la que tenga que abrir para acceder a su documentación. "Que no es cualquier documentación, caramba" pensó Bianasa con ímpetu para su interior.
Bianasa... pero Bianasa, señor Bianasa... ¿qué se esperaba? Una puerta dorada por la cual se infiltra luz y al abrirla un resplandor lo enceguece depositándolo en el recinto donde está todo, absolutamente todo? Era la voz de su yo acostumbrado, el resto de su personalidad que predominaba después del descenso cielo-tierra.
Basta de estupideces. Bianasa abrió la puerta y entró.
Si caminando por la calle una tarde después del trabajo llegara hasta él un encuestador de situaciones a preguntarle cual sería su reacción al entrar a esta habitación donde está su documentación, Bianasa hubiera sacado al poeta dentro suyo para contar lo impresionante del momento. El shock de que todo, todo esté ahí. El inexplicable sentimiento de control y poder sobre sí mismo.
Pero no, porque lo glorioso requiere al menos un sitio más alentador. La habitación era bastante grande, es verdad, pero el desorden no era muy alentador. Diferentes tipos de mesas y escritorios, pequeñas bibliotecas y hasta sillas rotas hacían de sostén para cientos de carpetas de las cuales salían medio vomitadas algunas hojas en diversos estados de deterioro. Bianasa, parado aún contra la puerta, miró alrededor (había soñado con que su vista se perdería infinita en el cielo) y simplemente atinó a decir:

- Esta es mi vida.

Así era. Bianasa llevaba 10 segundos de acceso en la habitación donde estaba guardado el registro gráfico de su vida. La documentación exacta y detallista de sus 57 años de vida. No había sido tan delirante al creer que el brillo estaría presente, tratándose de su vida, pero vaya que es de iluso creer que tiene que ser algo más que una habitación sucia y desordenada.
Por suerte, no todo era tan caótico. En una esquina, justo frente a él, un cartel escrito a mano rezaba un "Empiece por aquí". Bianasa se apuró a dirigirse a aquel sector, recordando que tenía solo media hora para 57 años de papeleo.
Efectivamente, la pila de documentos debajo del cartelito hablaban de su nacimiento. Un caluroso día de febrero de hacía 57 años, en una pequeña ciudad capitalina al sur del país. "Tuve que venir a nacer donde nacen casi todos, seguro..." pensó Bianasa, que a menudo solía creer que era especial, pero con cosas como esta se tiraba abajo (descenso cielo-tierra, otra vez). No había mucho que acotar. Sus padres, él el primogénito, sus dos hermanos más tarde. Sus abuelos. La sala de hospital. La una de la tarde.
Siguiendo la coherencia del reloj, y acertando, Bianasa paseó por su primera infancia, los años de los que solo recordaba algún patio mojado. Se enteró que era muy inquieto, que no durmió hasta los 6 meses, que su primer jardín de infantes ("esto ya lo sabía" intenta recordar) se llamó Los Marineritos. De esa forma volvieron a él imágenes de paredes rayadas con lápices de colores, una anciana que lo cuidaba por las tardes, la moto de su padre y un inconfundible olor a su barrio de la infancia.
Con un nudo de placer y tristeza ante aquel hallazgo olfativo en la memoria, avanzó un poco más en el recorrido por su vida. La escuela, aquel éxito que fue, aquel siempre serás el mejor, y lo era, claro que lo era. La bandera, aquel premio seguro. De la escuela no rescató nada que no recordara, aparte de haber sido de sus mejores épocas. De su paso por el liceo diría lo mismo, quizás apuntando que hacia los últimos años se le empezó a complicar un poco.
"Acá está" pensó agarrando una carpeta donde daba detalles de su angustia vocacional, su fracaso estudiantil, su primeriza sensación de que no está saliendo todo tan bien. "Acá empecé a darme cuenta, a bajar". Había encontrado el principio de un largo hilo de comenta, suelto, sin cometa. Cuando por primera vez en su vida su mente maquinadora, su personalidad manipuladora y encantadora, sus esfuerzos justos y su maravillosa intuición no dieron buenos resultados. "Habían cambiado de método y no te diste cuenta, Mario. Ya no se trataba de intuición y buena suerte. Se trataba de esforzarse, de ganártelo".
Contempló con gusto triste el principio de su vida actual. El descenso desde la montaña de la gloria. "Así se hace un hombre". Acostumbrado, un hombre acostumbrado, agregaría cualquiera.
Por esa época empezaron los problemas de salud, los problemas de amor, la falta de amor, la rutina, las decisiones. Todo dejó de venir envasado.
Carpeta tras carpeta confirmó que año a año fue construyendo la vida media del ciudadano medio-resignado. Armó un hogar, armó hijos, armó un trabajo que no le gusta, armó un auto cuando pudo. Ni rastros del suertudo, claro que no, pero tampoco rastros del joven volador que veía horizontes más lejanos que los que ve este Bianasa culminando sus cincuenta, a punto ya de convencerse de que no hay nada nuevo, ahora que había conquistado el registro de su vida y comprobado que eso fue, solo un hombre.
"Todos nos creemos tanto más. Todos nos miramos alguna vez al espejo y supimos que éramos únicos, que teníamos tanto y tanto entre las manos. Y entre las manos solo había una vida igualita a tantas, un gran frasco de fracasos y un acostumbramiento, una resignación con forma de capa para taparse cuando llueve. La juventud no solo se queda con el cuerpo en buen estado, también se toma el atrevimiento de volvernos señores de corbata sin sueños".
Bianasa recorre su vida hasta sus 57, ya sabiendo exactamente qué pasó. Al día exacto en que se encontraba, el registro rezaba simplemente "Acción a confirmar".
Entonces lo entendió. Allí mismo estaba la luz, saliendo y encandilando desde la hoja. "Acción a confirmar". ¿A confirmar por quién?
El día no estaba terminado, el reloj no había dado el último y certero movimiento de agujas, el último y terminante desplazamiento a la derecha, quedándose estáticas las agujas en un doce alto y finalista.
Su registro de vida había dicho, cada día durante 57 años, "Acción a confirmar". Y él había dejado que se escriba su historia sin estar consciente de ello.
Ahora, nadie le estaba entregando la fórmula para volver a subir, éste no era su ascenso tierra-cielo, pero sí la clave para conquistar descalzo la mismísima tierra.
Bianasa rebuscó nervioso (según su reloj le quedaban dos minutos) en su saco hasta hallar la lapicera de tinta negra. Con rapidez y nerviosismo se acercó a la hoja y donde decía la fecha del día en que se encontraba tachó minuciosamente cada letra. Al lado, en grandes letras negras y trazo firme, escribió HOY.
Hoy. Bianasa guardó la lapicera, salió justo cuando expiraba su media hora, pasó rápido al tipo del escritorio que ya llamaba a alguien más, cruzó el corredor, atravesó la sala de espera, el mostrador del inicio y salió a la calle.
Ahí todo se presentó distinto: a partir del primer paso su vida estaba siendo escrita, esta vez en la hoja que él había validado para siempre. Hoy era hoy, y también lo sería mañana.

No hay comentarios.: