18.2.08

Me voy a meter en un cuarto pequeño cuyas paredes están plagadas de pinchos, clavos, cosas que cortan y desgarran. Lo sé de antemano. Pasó en bicicleta fugaz un cartero y me dejó el aviso, certificado. El aviso en un tacho de basura afuera. Y yo, entrando.
Es verdaderamente pequeño y no cabe dudas de que no se puede estar sin dejarse pinchar y atravesar por el sinnúmero de cosas filosas en las paredes.
Entro de una. Simultáneamente siento que casi todas las partes de mi cuerpo lloran sangre en un dolor agudo, inexplicable. La puerta se cierra, al fin.


Me miro desde el mismísimo lugar en donde estoy. Me miro y me pregunto porqué este masoquismo de querer saber. De querer tocar y tocar. De querer sentir, que es pincharse el cuerpo, atravesarlo de cuchillos y clavos y estacas.
Ahora que la sangre está ahí, afuera en vez de adentro, me doy cuenta de que estaba viva. Que antes de verla realmente no estaba tan segura. Pero no sé si hacía falta tanto.


Muy lejos de ahí, sé que hay gente sonriendo. Los recuerdo brevemente antes de olvidarlos, porque a la altura del estómago realmente duele. Bueno, duele en todos lados. Pero duele más ahí, de esos dolores que no dejan pensar en quienes están sonriendo, ni atender sus llamadas, ni decirles que de verdad quiero que vengan a abrir la puerta.


Me duele toda parte de mi cuerpo en que puedo pensar. Sé que los pulmones están respirando dificultosamente entre tanta estaca, que las costillas están rendidas, que en el abdomen hay una batalla donde nadie está saliendo ileso. Las piernas ya están totalmente rojas, no llego con las manos a ningún lado, la piel mil veces destrozada.


Julia tenía un perro que me gustaba. Es raro, debe ser uno de los pocos perros que alguna vez me gustaron. Pero era chiquito, calmo, blanco, limpio. No sé si seguirá existiendo, ni si Julia estará adentro o afuera. Miro un segundo alrededor... no, adentro no está, eso seguro. Adentro solo estoy yo.
¡Eh! ¡Adentro solo estoy yo! Y nadie lo sabe. No lo sabe ninguna de las empresas periodísticas o de estadística que pueda decir que solo hay una persona en el mundo adentro de un cuarto con clavos y cuchillos.
Mmm... seguro que hay más por ahí. No debo ser la única que se haga esto. Pero el dolor, para uno, nunca se parece al dolor de otro, y en ese sentido somos incomprendidos y únicos.


Dos horas. La verdad es que ya no duele tanto. Parece que el cuerpo de adormece, o se acostumbra, o asimila que casi no le quede sangre. ¿Debí haber supuesto que no iba a morir, sino que más bien era un lento proceso de crear heridas para que sanen en un rato?
Uno siempre es extremista cuando está desesperado. Ahora tengo que abrir la puerta e intentar salir.
Listo. Me lavo un poco la sangre, compro una sonrisa usada en la feria y me voy para mi casa. Al doblar la esquina miro para atrás un segundo y me despido mentalmente del cuartito hasta mañana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pa!




Dejo un silencio de admiración.