Lo maleable, lo que muta, lo que se transforma, lo que toma otra forma de ser y verse.
No nos importa. Yo, ahora, ya, creo que no importa. Ahora sí, tengo la capacidad de atrapar un segundo en el transcurso del universo, toda esa materia existiendo distinta a cada rato, y extenderlo el tiempo que dure, que sea necesario, que convenga. Aparentemente, la clave está en poner el tiempo a favor. Tenemos que ir contra el sistema más precario e indestructible.
Pero todo es tan distinto así. El olor de la calle, el olor de tu ropa, el olor del tiempo en una habitación tan grande como una calle y una rambla y un mar. Tan poco empaquetable.
Todo es distinto. El vientito que se anuncia suave de tarde, el vientito más tarde al atardecer, los inviernos y una estufa de leña para contrarrestar temblores. Todo es tan distinto.
Sos quizás la cura que no empaña ni enceguece, el triste y más alegre latido una y otra vez, sin detenerse, abriendo para siempre el circuito sanguíneo y dejándolo correr. Existen las maravillas aún cuando tenemos que usar microscopios para verlas. Siempre será bienvenido un poco más de aumento. Si busco en tu mochila, está. Y más cerca de vos, también. En una arruga al lado de un ojo. En la línea de la vida, tan cortita, tan de mentira.
Lo maleable es eterno, porque las formas no importan. Las almas son para siempre.
Cuando tengas la certeza, esa puntada en la sien que no deja de insistir hasta que uno la acepte y no admite tercos temperamentos, de que se estancaron los sucesos y el tiempo, ahora sí, ganó la guerra, siempre tiene que estar la cura en la mesita de luz. Como una tableta de remedios para recurrir de madrugada.
Las cosas son, tal cual, como los ojos que tenemos filtren. Nada viene dado, no hay obligaciones para ver. Los medios, los de traje y corbata, las mil y una formas de entregar imágenes por conveniencia, quizás quieren que seas de alguna forma en especial, que veas como hay que ver.
Pero no. Todo es mentira. Los rayos catódicos son mentira, es solo una forma de traducir tres haces de colores y millones de electrones. Lo demás cuenta en nuestra retina. En la tuya, para cuando estés solo y con certezas de las que no ayudan.
Entonces, querido compañero de quien sabe cuantas cosas, hacé funcionar la maquinaria tirando para el lado que colabora. Para el lado de la libertad, somos perfectos. Para el lado del amor, somos idóneos. Para el lado de mantener el tiempo y lo mutable fuera de órbita, estamos intentando ser capaces.
Tengo lunas para ver todavía, y quiero creer que queda tiempo. Que al partir el sol siempre está asegurado que queda algo más. No puedo mantener el optimismo si no me aseguran que sí somos dos. Más tarde tres, después millones, cuando hagamos llegar a todos esta idea de que estamos libres de obligaciones, solamente atados por el hilo de aires y palabras dichas a solo dos centímetros de distancia, cuando solo cuenta eso, cuando solo importa eso, cuando nada, nada, impide que pasen cosas.
Texto de archivo. No hacía falta pero... bué.
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