4.4.08

Che, che, mirame un poquito. ¿A qué estás jugando? Ah, ¿te da gracia? Sí, se te nota. Se te nota mucho, en esos ojitos entrecerrados y hasta ese pelo de arrogancia paradita. El paso de bailanta y la caricia en ese lugar, se te notan. Estás jugando un juego de inteligentes, pero de aquella inteligencia que no intercambiaría ni por menos que nada.
Jugando a chorrear dulce de leche por altavoces apuntando al blanco. A derramar orejas con el versito, sin guitarra, del payador urbano que bien sabés ser. Delicado y exacto. Conocedor de las debilidades ajenas, métrico responsable de casi todo. Qué admirable. Cómo toqueteás palanquitas y zas, todo sale.
Pero la suerte es una telaraña que casi siempre parece fuerte y casi nunca soporta ni un elefante. Tenés a todos tus blancos apuntándote a los ojos. A mí hoy me hablaron de mis derechos y mis obligaciones, y me lo dijo un tipo que no oye pero entiende todo. Y vos, que tenés oídos para nada. Vos, que amasás estrategias como si pudieras acaparar todo lo que creés que te merecés.
Hay venganzas mayores que las que podemos pensar los que quisiéramos vengarnos. Hay destinos que todavía no nos imaginamos como para desearte. Serán quienes te lleguen a su debido tiempo, en esa vida tan perfecta que reluce y destella brillitos de mentira. En esos palos prometidos en nombre de la ley, del honor, de tu honorable laburo, hija aparte. En esos entrenamientos de fieras poco dominables que a fuerza de mandato masacran pueblos y pudren cabecitas, esos actos de fidelidad al ideal que más de uno quemaríamos como banderita fea.
No más complejo de araña gorda. La araña gorda, tan omnipotente con sus bichitos atrapados en la tela, tan tejedora y tan capaz de proveerse su propio alimento, es solo un arañita en la pata gigante de cualquiera que quiera pisarla.
Y ahí estamos varios con la suela pronta.

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