26.6.08

Carta que dice:


Esta mañana en la ventana no había mañana. Estaba misteriosamente oscuro. Desperté a los demás y les dije que estaba pasando algo muy raro. Y es hora, les dije preocupado, del Sol. Pero se dieron vuelta, pidieron que no lo moleste, y se volvieron a dormir. Ya estás soñando de nuevo, rompebolas.
Me acerqué a la ventana y pegué la nariz al vidrio (estaba frío). En un segundo, mi aliento dibujó una figura rara de tipo circular, un halo de vapor blanquecino que se esparció y volvió a irse. Mi nariz había dejado una marca en el cristal.
Me separé, con la nariz algo fría y la oscuridad todavía en la ventana. Nadie parecía darse cuenta.
Me puse las pantuflas, que estaban abajo de la cama, y salí del cuarto. Recorrí un corredor negro con algunos obstáculos peligrosos, y salí desde la cocina al exterior. Todo cobró un volumen amplificado y descomunal. Se sentía el ruido de unas olas tremendas a lo lejos, un par de perros ladrando y el viento que hacía sacudir la cabellera de los árboles. La luna tenía un halo como el que yo había dibujado alrededor de mi boca en la ventana, pero más amarillento. Entonces pensé que mi boca era la luna. E, inmediatamente, que mi boca podría comerse a la luna en cualquier momento. Se me ocurrió que seguramente así volvería el Sol, que estaba ya tan atrasado.
En el jardín del vecino había una escalera muy alta. Yo siempre tuve un poco de vértigo, pero en ese momento, se ve, me habré olvidado por completo.
Estaba ya a la altura deseada cuando estiré un brazo. Llegaba perfectamente a tocarla. Estaba redondita, blanca, con su vestido de luz difuminada. Quietita, casi inocente. Sin dudas se dejaría comer como cualquier cosa conocida. Un bocado y a otra cosa.
Así no se hacen las cosas che, me dijo una voz sin procedencia. ¿Ah, no? ¿Y cómo?
¿Qué vas a hacer cuando necesites luna y solo tengas eternos días sin descanso? Me preguntó.
Auch. Nunca me gustó que tengan tan pocos y tan eficaces argumentos contra mis más preciadas teorías. Me senté en la escalera, así tan alto, pensando.
Era verdad, no había forma. Había sido una locura pensar que puedo comérmela solo porque pude crear un halo igualito al que ella tiene. Parecía ser que los demás, que dormían sin saber de mis problemas importantísimos, habían sido mucho más inteligentes.
La voz, entonces, y aparentemente como último consejo, me sugirió que las destrucciones nunca, en ningún momento de esta historia triste nuestra, había logrado lo mismo que un muy pequeño acto de creación.
Es desde entonces que colgué en la ventana un gran dibujo de un Sol radiante.

Cuando despertaron los demás hacía rato que había cantado el gallo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Salada.

Chica con poderes maraviliosos.

;)