25.8.08

No contesté que sí solo porque no sabía qué responder. En realidad, si no hubiera tenido en contra todas las condiciones que impedían haber sido más clara, quizás hasta me hubiese salido de la silla, hubiese caído al suelo, o hubiese gritado fuerte que sí, sí pienso de esa forma, sí me consta con el calor de las verdades que arden en lo más profundo del ser. No acabo de entender a las personas cuando ya hay nuevas cosas de las que preocuparse. El tiempo se termina demasiado rápido cuando debería durar para siempre, y luego tiene esta lentitud de tortuga chueca en momentos en que debería poder acelerar como en una cinta de video, rápido hasta el final.
No basta que me hayan dicho que somos así. Que hay una aventura más allá de los ojos que no quieren ver más. Ni saberse exactamente parado sobre el cuadradito blanco que cada vez anuncia más y más cosas por resolver.
Los siglos se suceden y nos damos cuenta que ya (pero de verdad) hicimos demasiado.
Porque (y acá me río bajito) si supieran cuantos años de más tenemos seguramente no les resultaría tan gracioso.
Vengo de ver a un niño de nueve años a quien le dijeron que si no cree en Dios no quiere a sus padres. Sus padres son mis padres y, quizás, el amor más enorme que se pueda imaginar lo merezcan ellos. ¿Quién se creen que son estas personas para toquetear lo que no les pertenece, ni siquiera bajo el santo título de la palabra y la ley que no me creeré nunca? No me sirve que siembren la culpa en los corazones sin que les de vergüenza implementar métodos con telarañas en las sienes, con los párpados cocidos con hilo dental y la lengua sujetada al paladar.
Yo no contesté que sí solo porque no sabía qué contestar. No. Yo contesté que sí porque me creo la historia de lo que somos. Me creo todo lo que me digan mis neuronas y eso es, probablemente, decir mucho. Porque estos estados pasan y luego vuelven más tarde. Ya sé (ya sé!) que no es nada más que haber estado oyendo esas frases por la puerta mal cerrada, esas cabezas que estaban crespas y se fueron lacias, que estaban limpias y se fueron sucias. A nadie sobre la faz de la tierra le importaría. ¿Quién va a llorar por algo así? ¿Quien se va a quedar mudo por algo así? De la misma forma que no reaccionan por estar viendo a aquel niño debatirse entre la culpa y lo que realmente cree, ellos no dirían nada si un puñado de muchachas grita un rato y sale de una habitación totalmente distintas a como llegaron. No percibirían lo que hay de fondo, más allá de los ojos y lo que ven.
Es que (y esto ya me lo dijeron, también) somos bastante más que lo que podemos ver y palpar.
Solo que, por ahora, todas las personas que conozco se vienen olvidando en mayor o menor medida.

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