Juego de detectives.
Después de algunos intentos, con la seguridad que siempre tiene el dueño de la lupa, te encontré. Descubrí tus horarios, tus tiempos, la forma en que se repite cada acto todos los días. No dudé en lanzarme a la carrera. Puse la alarma que tengo incorporada, y cada día a la misma hora, aún sabiendo que no habrá sorpresa alguna porque ya sé qué hacés, te miro sin que mires, te siento sin que te percates.
Por supuesto, en cierto sentido vos me dejás. Te ponés frente a mi ventana justo antes de la cena. Apagás todas las luces menos una, la que sirve. Eso... es casi glorioso. Y lo sería del todo si no fuera porque no tengo chances de hacerte saber mi nombre. Asumo, entonces, que lo tuyo es nomás un sutil gusto por la exhibición. Te sirve saber, tan fácil y con tanta seguridad, que muchos ojos te miran. Pero a mí solo me importan estos ojos, estos de acá.
Mañana, a esta hora, esperame: te voy a tirar los ojos por la ventana. Los voy a arrancar con una cucharita, y haré que entren por tu ventana. Si tengo suerte, van a quedar sobre el sofá de un cuerpo rojo que tenés en el living. Y desde ahí te voy a ver bailar, furiosa y atenta, sonriente y llena de magia.
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