15.8.09

Siempre hay un tiempo de oro, María Rosa. Siempre existe, siempre está, como una plaga de langostas tomando posesión de nuestra memoria. Aunque creamos firmemente en el presente, María Rosa, aunque tengamos todas nuestras fichas en las convicciones. Aunque seamos de esos que miran más allá y se ven de tal o cual forma, en un día de campo o manejando un descapotable por la costa de cualquier país. No importa qué disfraz de carne use tu alma esta vez. No importa quién seas, María Rosa. Todos tenemos como un tape en la cabeza, un recuento limitado de imágenes que, al sucederse, nos hacen suspirar o tener ganas de llorar y de reír al mismo tiempo. Sea lo que sea, siempre sucede lo mismo: Queremos, por un instante, volver a vivir. Es como una condena para el ser humano, María Rosa. El tiempo tiene la maldita costumbre de correr en un solo sentido. A veces, sin que me vieran, le daría la vuelta. Lo dejaría correr como una cinta transportadora, que me llevara encima y me acercara lentamente al momento quiero volver a reproducir en mí. Y entraría de lleno en él, como en una luz que conduce a lo más deseado, para estar presente otra vez. Y tendría la gran ventaja de ya conocer las consecuencias, el desenlace, el final del cuento. ¿Qué haría, María Rosa? ¿Volvería a hacer lo mismo, otra vez? ¿Qué cosas cambiaría, para lograr qué? ¿Lo lograría?

A veces me parece que el pasado me alimenta como por una sonda directamente conectada a mis venas. En un momento es como que despierto, y cuando pienso un segundo me doy cuenta que hace horas que mi única actividad consistió en recordar. Se me pasan los días entre cuentas regresivas, supuestas situaciones, análisis de conclusiones e interminables repeticiones que ya no sé qué tan cercanas están al verdadero hecho.
Y una noche de viernes, María Rosa, estamos acá charlando. Mientras, recuerdo otras tantas noches como hoy, algunas de ellas con este mismo vientito de falso verano. Quisiera cerrar los ojos. Sin esforzarme llego a revivir aquella vieja emoción. Aquel viejo sentimiento de Monte Everest con las manos extendidas. Y una puntada me sacude el cuerpo. Ningún final feliz aguarda la mañana que nos espera, cuando abramos los ojos y no haya abrazos para comenzar un nuevo viaje.

2 comentarios:

NN dijo...

Ay Mari, que lindo que escribis! Todo es tan real y tan loco a la vez!

te dejo abrazo grande!

vito dijo...

Ma´si...
partirlo en siete, amasarlo hasta que te quede debajo de las uñas, hacer tortas fritas, muñequitos, ensuciar la mesa aplastándolo, hacerle un bigote y afinarlo, sentarlo a mirar Un chien andalou.
Tirar el microondas por la ventana y dibujar en el vidrio empañado por el vapor de la caldera.