Las situaciones hipotéticas se repiten en la vida como cuentas en un collar prendido a un cuello. Un pedacito de hilo, una cuenta. La situación. Es que... hay que entender: somos extremadamente limitados. Vivimos en una cueva en medio de un inmenso prado, y jamás nos aventuramos a ver más allá. Entonces jugamos a ser otra cosa, como un niño que imagina que es grande y alto, nos preguntamos unos a otros qué haríamos si...
Lo hipotético puede disolverse en el aire como una bocanada de humo blanco. Se desvanece, es como esos pedacitos de nubes tenues, que se mueven y van desapareciendo al mismo tiempo. Basta pestañear, distraerse un milisegundo, y se habrá ido, sólo habrá celeste cielo para ojos tristes. Así pasa con lo hipotético. Existe, complementando nuestra existencia tenua, haciéndonos volar en imaginación ida y vuelta a lo que no podemos ser, lo que no podemos predecir, lo que no podemos controlar. Sin embargo, es un doblés en el tiempo, una distracción de los dioses, una exhalación en el pulmón del universo, lo que dará vuelta la torta. Un día, la hipótesis se vuelve realidad. Se hace tesis, explicación de los hechos. Y es empírica, completamente comprobable, si del corazón de habla y de sentires se trata la cosa. Nada más, lo otros son simples habladurías de las personas cortitas.
"¿Qué harías?" se transforma en "¿Qué vas a hacer?" y entonces el cristal por el que mirabas el mundo es otro. Tiene otro color. Descubrirlo es, aunque no lo creas, haber salido de la cueva. Y estar ahí, en la inmensidad de lo desconocido, es únicamente apto para valientes.
Hay algo que aprendí en todo este tiempo: Ser ignorante es extremadamente fácil y muy cómodo. Porque ser ignorante implica no ser libre, y juraría que el miedo a la libertad es de los mayores males que aquejan nuestras cansadas articulaciones de esqueletos moribundos. Todas esas almas, todas esas esencias de personas viviendo de ojos encadenados y corazones exprimidos en un vaso, duermen sin saber que la aurora aguarda escondida tras sus cortinas. Y viven los días con el convencimiento fiel de estar a salvo, y se rehúsan fervientemente a dejar crecer sus alas. Las cortan siempre que crezcan, necesitan saber que no son capaces de volar afuera de la jaula.
Pero la verdad es la mayor fuerza viva. Llega y golpea de cachetazos a todas las caras. Las hipótesis se caen y se vuelven grandes realidades que cargar. Los mitos hayan estúpidos todos los labios, y viceversa. Ya nadie puede imaginar, pues la imaginación está al servicio únicamente de lo que es real. Y entonces todo es real.
El tiempo vivido es tanto más que el que aparenta. Minutos colaborando con la experiencia de ser. ¿Qué sé? Sé el destino. Conozco hacia dónde vamos, mínimamente. Sé por dónde camino, y también por donde van los que elijan lo mismo que yo. Mis hipótesis no existen más. Tengo miles de ellas, caídas como cadáveres inertes en el piso. Las miro y me doy cuenta que es difícil recordar cómo vivía antes. Y la verdad que no me queda muy claro cómo se lidia con esto, cómo se carga con la inmensa e inexplicablemente hermosa carga de conocer y de ser libre. Un poco viendo y un poco a tientas, busco en las paredes, tanteo y voy encontrando marcadores del camino. Ellos brillan, como siempre, y anuncian al viajero que no pretenda verlos con los ojos: no es de neuronas que se trata esta historia.
1 comentario:
Cual Hipócrates, sugiero desterrar al hipocondríaco hipopótamo de hipótesis del hipotálamo y a la Falsa Tortuga (oriunda del País de las Maravillas) del ánimo para andar y vivir entre humo y fantasías, o como dice usted con la inmensa e inexplicablemente hermosa carga de conocer y de ser libre.
Publicar un comentario