11.7.10

Cuando me vino a ver yo era mucho, mucho menos, que la suma de mis partes. Un individuo sin esencia, un pedazo de ser, por decir ser, que se escurriría por el piso si éste fuera de rejilla. De hecho, varias veces me pareció sentir que parte de mi cuerpo discurría entre los agujeros del desagüe en la ducha. Las paredes blancas, la gelatina que formaba mis extremidades, el sin número de marcas en una piel que no conozco del todo bien. Mi pelo reseco sin viento ni soles que arranquen brillo, mis dedos tenues e indefinidos, medio helados, medio morados. Pánico antecesor de la llegada. Una puerta, aguardan, no saben si entrar. Es una persona, un hombre. Siento el olor desde sus poros, la culpa desde sus ojos.

Se sentó al borde de la cama y me miró primero. La descripción en su cerebro me llegó como una diapositiva clara, como si sus pupilas fueran pantallas hacia el interior. Le molestó el camisón y las raíces sin teñir del pelo. Le molestaron las puntas de los dedos y el tenedor de plástico apoyado en la mesita. El vaso de agua, la pastillita. El aire espeso, la ausencia de ventanas, la única almohada. Sentí la sutil dilatación de las pupilas, los alveolos de sus pulmones inflándose como con electricidad, dolorosa electricidad, y el fino vello en su nuca erizándose, extendiéndose como si estuviera alerta. El diámetro de sus fosas nasales se expandió brevemente y se formaron pequeñas gotas de sudor en su frente, las vi emerger desde la piel. Un pequeño esbozo de sonrisa dibujaron mis labios, haciendo doler la mancha violeta en un costado, y él creyó que alucinaba. En ese contexto no existen las sonrisas, supe que pensaba.

Habló con una calma patéticamente disimulada. Le temblaban los órganos adentro del cuerpo, y yo sabía, porque su diafragma se movía de esa forma tan inusual, que realmente no decía lo que quería decir. No lograba abarcarlo todo con las palabras torpes del que quiere disculparse. Creyó ver más sonrisas en mí y el desasosiego le tomó por completo la cara cada vez que mi mancha violeta al costado de los labios se desplazaba un poco. Se preguntó muchas veces porqué. Dijo que todo era producto de la locura que me poseía desde hacía tanto tiempo, de aquella persecución que yo había efectuado, del entrar a su casa mientras él besaba a su mujer, de intentar matarla a ella, de arrancarme la ropa en el pasillo del edificio con un cuchillo en la mano. Aparentemente eso no está bien. Sugirió que grité demasiado y no entendí que no es no. Que el amor murió. Que se necesitan dos.

Pero su acusación terminó al recorrer todas las marcas en mi piel extraña. Se dio por vencido y el regaño dio paso al perdón. Dijo que no había querido llegar hasta ahí, pero no había otra solución. Al menos él no vio otra cuando lo esperé con el arma detrás de la puerta. Su cuerpo se descontroló, no supuso que llevaba tanto tiempo encerrada ni que estaba tan flaca y tan débil. Entonces no fue capaz de prever su fuerza ni el enorme espejo recién comprado. Ahí fue cuando comprobó que la piel luce aún más blanca en contraste con la sangre. Tanta sangre. La loca seguía siendo yo, y tras las pruebas del acoso en su casa la historia resultó ser que yo había intentado suicidarme al decirme él, una vez más, que nuestra historia se había terminado. Por eso me visitaba ese día, para poder razonar juntos que era lo mejor.

Apoyé un dedo que temblaba en sus labios. El contacto se sintió mucho más allá del dedo, y también su escalofrío y el miedo. Le dije que no hablara más. Le dije que estaba equivocado, como siempre. Su error había sido creer en una definición de amor que no existe más. Le expliqué que el amor tiene dos caras, y una de ellas es oscura y aterradora. Tembló hasta que el ritmo de su respiración subió tanto como los latidos de su corazón. Cerré los ojos y pensé que la claridad con la que se perciben las cosas es deliciosa, encantadora.

Encantador como su terror, como su culpa de cucaracha. Eso es amor, le expliqué. Eso es una parte del amor. Si ahora vos te vas de acá y no podés dejar de pensar en lo que me hiciste, si tocando a tu mujer te acordás que me tocaste y yo sangraba, que me levantaste del suelo y viste el enorme charco, entonces sí vamos a ser dos. Si cuando entres a un lugar lleno de blanco te sentís otra vez en esta habitación, entonces vamos a estar juntos. Amor no es luz todos los días. Amor es, amor puede ser, un bicho invasor que te conquiste el cerebro y te cague la vida para siempre. Y entonces este día, y todos los días de la vida, yo logré lo que quería. Vos me estás amando.


Lo que soñé ayer.

4 comentarios:

ahí dijo...

Descomunal

Andre dijo...

Otra con de: Desgarrador

Me gusto mucho!

Anto dijo...

Ay!

Anónimo dijo...

te amo por estas cosas

te amo