23.12.10

Mi mayor consejo es que te asomes a la vidriera de lo que ofrezco, pero con cautela. Que observes pero no intentes entender. Que asumas pero no intentes incorporar. Te lo digo por experiencia. Te lo digo porque vi más de un par de globos oculares deshacerse en miles de pixeles de incertidumbre. ¿Y para qué?

Soy esa persona que se enferma entre un punto y otro, tratando de conectarlos, suspirando para ver si consigue una línea recta. Y una vez que la obtiene, se empeña con el alma en retorcerla.
No me gusta que la vida sea un tobogán, porque la gravedad se me hace aburrida y monótona.

Me da vértigo no estar en las alturas. La única seguridad que conozco la obtengo del claro vacío, la ausencia de piso, el desesperado grito en la noche, que escucho y reconozco.

No sé mentirle a quien admito que soy. Todo lo demás es parafernalia. La sonrisa, los collares, los accesorios del pelo y la biología. Todo.

Podría desperdiciar toda la tarde analizándote, tratando de entender cómo sos, maravillándome cuando encuentro que la forma en que movés las manos dice casi todo de vos. Aprendí a diferenciar esas sensaciones de los prejuicios, para los cuales sólo reservo un resto basal propio del siglo, la raza, el género, lo dado.

El punto exacto a partir del cual todo equidista. Circunferencia de la vida. A mí me gusta ser el punto que queda un poquito más allá. Como quien no quiere la cosa.

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