1.10.11

Soy el objeto de los oráculos. La hija eterna del universo, de las gentes. Plantita en las manos de tías viejas que juegan a improvisar ideas para regarme mejor. Y el viento y el tiempo y mi forma tan particular de estar siempre despeinada.

Muñeca de torta no. Por favor. Sacuidí tanto las piernas que me desprendí, me caí, trastabillé en el blanco baño horrible. Me ensucié los codos en dulzura, el vestido se arruinó y las flores tiñeron de rosado el mantel. No soy eso. Una fórmula, un decir, una predicción. Si me decís "recto" yo te juro, te juro, que camino en círculos toda la vida. Y no porque quiera: Me late la sangre y yo me prendo fuego. Mientras vos paseabas contenta, yo estaba llorando las hojas de un otoño.

Mirame bien. Aprendé. No de mí. Aprendeme a mí. Entendé de una vez por todas que no tengo rutas, caminos ni destinos. Existo. Siento. Persigo el ideal único de mantener todas mis moléculas juntas, de no disgregarme en una explosión de pañuelos de papel de diez pesos y lágrimas. La turbulencia me agita violentamente, la estática me remueve de a pedazos. Aprieto los dientes, me agarro a la silla, grito en silencio.

Soy la hija eterna. Mis madres sudan trapos sucios en todos los rincones donde estoy. Les preocupa de mí todo aquello que no entienden. Y entienden bien poco. Se esfuerzan, todas las mañanas, por predecir mis días y generar un mínimo de tranquilidad. Convencerse de que voy a tomarme el ómnibus allí, y que luego leeré muchas horas, y que luego volveré a casa, cansada pero sonriente. Mis madres imploran que sobreviva a la vida repitiendo una y otra vez la misma ecuación.

Pero desvivo el tiempo pintando lienzos de colores sin sentido aparente. Me lleno las manos de barro, me entierro hasta el cuello y abandono el miedo a ahogarme. Prendo velas e invoco a todos los fantasmas del tiempo. Duermo con ellos, los beso, les regalos dibujos que no comprenden. Bailamos juntos danzas alrededor de un fuego, y caemos rendidos a media madrugada, sudados y llenos de cansancio. A la mañana despierto, ya no están, tengo rasguños y un mundo de preguntas en los párpados.

Mis madres lloran al verme volver, descalza y sucia. Lloran y se consuelan entre ellas. Tienen mucho miedo. Mis madres tienen miedo de que esté teniendo el terrible atrevimiento de sentir con la piel. Se levantan de sus sillas, al amanecer, y limpian calladas el rastro de sangre que dejo de la puerta de la cocina a la cama.

1 comentario:

Anónimo dijo...

pobres madres...